lunes, octubre 01, 2012

Si quieres llegar rápido...

El sábado 23 por la mañana nos plantamos en la salida de la carrera todos los miembros del equipo Nutrición DE: Dani, Manu, Yeyo, Juan Carlos y yo. Nuestro plan de carrera era sencillo: salir a 6 minutos el kilómetro y aguantar ese ritmo hasta Cercedilla, allí haríamos una parada un poco más larga y subiríamos a Fuenfría andando para bajar desde allí a tumba abierta. Fácil, 100 kilómetros.

Nos agolpamos en la línea de salida y... tres, dos, uno... ¡pam! Pistoletazo de salida y arrancamos a correr. Todos sabemos el plan pero aún así corremos más rápido de lo que habíamos hablado, pero el primer kilómetro es normal correr un poco más rápido, hay que sacar la tensión de alguna forma del cuerpo. Pronto la carrera se ha estirado y nos encontramos los cuatro miembros a nuestro ritmo. Digo cuatro porque Manu corre a su ritmo y ya en la salida le hemos dejado atrás.

Los primeros 10 kilómetros vamos ligeros, bastante por debajo de lo establecido, y nos lo permitimos porque vamos cómodos, sin embargo, en un momento dado Dani nos echa el alto a Yeyo y a mí que, siendo sincero, somos los que vamos tirando más rápido y los que menos experiencia tenemos en ultrafondo. "Chicos, reservad que aún quedan muchísimos kilómetros", nos recuerda Dani. A veces es importante que alguien recuerde el plan puesto que muchas veces estamos enfocados en el ahora y perdemos la visión global. En este caso, Dani, nos recordaba lo que estábamos haciendo y cuál había sido el plan establecido. No tardé en unirme a él a partir de entonces al grito de "¡Ritmo! ¡Vamos muy rápido!" para que aflojásemos el paso y seguir el plan establecido.

Vamos haciendo la goma con los que creemos son los primeros y sin mayores complicaciones llegamos a Colmenar los cuatro juntos. Comemos algo, bebemos un poco de isotónico y seguimos adelante saliendo "primeros". El siguiente punto de avituallamiento está en el Puente Medieval, apenas unos 8 kilómetros desde Colmenar, cuando a apenas 3 kilómetros Yeyo se para y dice que tiene las piernas totalmente sobrecargadas. Paramos a caminar y bajamos hasta el Puente Medieval tranquilamente. Allí, además de decirnos que vamos segundos y que el primer equipo va muy muy rápido, Yeyo nos dice que tiremos nosotros tres, Dani, Juan Carlos y yo y que él sigue por su cuenta, sin embargo, todavía es demasiado pronto para apostar por lanzarnos tres corredores solo ya que corremos el riesgo de que uno de nosotros se rompa y perdamos toda posibilidad de seguir participando por equipos. Nos despedimos de José Manuel y Carlos, miembros del equipo Factor 5, que se unieron a nosotros un poco antes de Colmenar, y arrancamos, como se suele decir, al trantrán.

Esta parte de la carrera es un poco fea: pistas anchas muy llanas, pocos árboles y muy poco que observar. Los kilómetros parece que no pasan por Dani y Juan Carlos y yo llevo arrastrando una "carga" extra desde por la mañana. Me noto hinchado y el portabidones me aprieta la tripa, es una sensación muy desagradable y llevo corriendo incómodo por eso muchos kilómetros. "Chicos, tengo que hacer una parada técnica", les digo a los demás, "seguid que ahora os cojo". No tardo mucho y cuando me incorporo a la carrera veo que los terceros nos pisan los talones, les adelanto y al cruzarnos nos intercambiamos voces de ánimo, la que yo uso es "¡Venga ahí!". Alcanzo al equipo y seguimos todos juntos a ritmo. Enfrentamos la bajada hacia Manzanares y aunque vamos rápido los terceros nos adelantan a muy buen ritmo. Nosotros bajamos a ritmo tranquilo ya que puede que necesitemos las fuerzas dentro de unas horas.

En el avituallamiento de Manzanares, animados por la multitud, nos refrescamos de nuevo, estiramos piernas y comemos algo. En lo que estamos allí, llegan los cuartos y se van haciendo una parada muy corta. Noto en el ambiente del equipo una pequeña tristeza, algo extraño que aún ahora no sé qué es, quizá sólo estuviera proyectando en ellos algo que era mío.

El tramo hasta Mataelpino es bastante llano así que vamos trotando y andando a buen ritmo. Pocos kilómetros antes de llegar a Mataelpino, a lo lejos veo un corredor con bastones, que parece ir arrastrándose. Es el chico con el corrí unos kilómetros el año pasado hasta Cercedilla y con el que había estado hablando por la mañana en la salida. Me pongo a su altura y le pregunto qué le pasa, si está bien. "Al pasar Manzanares, me he empezado a encontrar mal, con nauseas y algo mareado y hacia la puerta del parque me he parado a vomitar", me cuenta. Le pregunto si está bien ahora y si necesita algo, si quiero algo de comer o bebida. "Tengo de todo, sólo quiero llegar a Mataelpino y ahí me quedo", me responde. "Bien decidido", le digo, "el cuerpo te ha dado señales claras de que hoy no es el día. Si hay algo que pueda hacer dímelo". "No, no, tranquilo, ahora estoy bien, voy tranquilo con los bastones. Muchas gracias. Mucho ánimo para vosotros". Veo que está bien y además no quedan muchos kilómetros hasta Mataelpino, apenas un par, así que me uno nuevamente al equipo.

Es curioso cómo es esto del ultrafondo. El año pasado, este corredor llegó a meta en 12 horas y 30 minutos y este año iba para bajar de 12 horas. Probablemente había estado entrenando muy duramente todo el año y seguro que se había levantado con toda la fortaleza, sin embargo, en un momento dado, la cosa se tuerce y a veces es complicado sobreponerse. Hay que aprender a leer las señales del cuerpo y tener claro cuando es el momento y cuando no. Para él, simplemente ese no era el día para hacerse 100 kilómetros.

Llegamos a Mataelpino y llegar allí supone que a partir de ahí vamos a empezar a descontar kilómetros en lugar de sumarlos, es el ecuador de la prueba.

Estando allí, mientras pululo de un lado al otro en busca de bebida y comida, se me acerca un corredor, dorsal 427, y me pregunta "¿Tú eres David, verdad?". Le miro detenidamente pero no sé quién es. "Me has visto en el vídeo de Youtube de la carrera del año pasado supongo", el respondo. "Sí, toma", contesta a la par que me ofrece una pulsera. "Para cuando subas a la montaña, puede que algún día la necesites", dice. Me quedo un poco sorprendido, cojo la pulsera y me la pongo. Me ve la cara de perplejidad y me dice "Son dos metros y medio de cuerda, puede que algún día la necesites". Me quedo pensativo y como un zombie me doy la vuelta y me voy. Diez segundos después reacciono. Me vuelvo hacia él y le digo "¡Joder, tío! Perdona estoy en la parra. No te he dado ni las gracias. De verdad, muchas gracias. ¿Cómo te llamas?". "Me llamo Luis", me responde. "Luis, muchísimas gracias, me la guardaré y espero no necesitarla nunca" le contesto. Estoy muy concentrado y no soy capaz de intercambiar con él ninguna otra palabra sobre la carrera o sobre él.

Dani, Juan Carlos y Yeya salen pitando y yo me retraso un poco despidiéndome de mi padre, quien ha estado en Colmenar y Manzanares animándonos. Salgo tras unos segundos y cuando voy a abandonar el avituallamiento me encuentro con toda la familia de David. Me paro y me gritan y me animan, me preguntan cómo estoy y les digo que bien. Estoy tan emocionado por verles que olvido preguntarles cómo le va a David. Siempre es una alegría encontrarte con gente conocida que te inyecte energías renovadas. Después de besos y abrazos sigo corriendo.

Toca la parte "difícil". Subir a la Barranca, por alguna extraña razón los dos años anteriores se me hizo bastante duro. ¿Por qué? Este año desde luego por el calor. Yeyo y yo empezamos a notar los efectos de Lorenzo que parece que ha dejado de tener piedad por nosotros y calienta con fuerza. Yo siento como que me aplaste contra el suelo, sin embargo, conocedor de la sensación decido que no voy a bajar el ritmo, sé que son sólo señales del cuerpo que, de momento, pueden ser ignoradas. Ayuda mucho que Juan Carlos y Dani vayan tirando con fuerza. Dani incluso sube cantando lo cual entretiene, aunque a muchos corredores les sorprende, a mí no tanto, sé que Dani está muy muy fuerte. Igual que el año pasado el avituallamiento parece que lo han puesto más lejos de lo esperado, pero finalmente vemos a lo lejos la carpa y parece que los males desaparecen. Sellamos, bebemos agua e isotónico y Yeyo y yo nos sentamos en una silla. Noto la cabeza recalentada y un pequeño revoltijo en el estómago. Necesito descansar unos minutos pero cuando me doy cuenta Dani, Juan Carlos y Yeyo ya han salido. No hay más remedio, así que me levanto y les alcanzo. Cuando corres en solitario el riesgo de acomodarse es grande, yendo en equipo este riesgo se reduce y además lo agradezco porque si no me enfrío me cuesta menos arrancar.

Me uno a ellos trotando a buen ritmo y tras unos metros veo a lo lejos de nuevo a toda la compañía de David. "Ahí viene David" dice alguien. Acto seguido veo como Arantxa salta como un resorte hacia el asfalto y cuando ve que soy yo se relaja un poco. Se la nota nerviosa. Yo sé que debe estar tranquila porque David sabrá parar si es lo que debe hacer pero es un tipo muy fuerte y podrá con esto sin problemas. Me paro delante de ellos y de nuevo recibo su energía. "¿Cómo va David? Se me ha olvidado preguntaros antes" les digo. "Llegó 10 minutos después que vosotros" me responde Arantxa. "¡No jodas! Va como un tiro. ¡Qué grande! ¿Y va bien?" le contesto. "Dice que lleva las piernas contracturadas pero que lo va llevando bien" me cuenta. "Dale un besazo de mi parte cuando le veas" le digo antes de seguir corriendo.

El tramo de la Barranca a Cercedilla se hace corto y en realidad es normal ya que son apenas 6 kilómetros y la mayoría del recorrido es bajada donde se puede correr cómodamente. Llegamos a Cercedilla y de nuevo nos encontramos con mi padre que, incansable, nos anima y alienta a la voz de "¡Bravo campeones!".

Nos vamos al avituallamiento en el polideportivo, cogemos las mochilas y nos sentamos en círculo los cuatro listos para comer, cambiarnos de pies, refrescarnos un poco, coger el material obligatorio, la mochila con la bolsa de hidratación y salir de nuevo. Yo ya iba necesitando comer algo más contundente que las barritas o los trozos de fruta. La pasta que hemos preparado con las indicaciones de Dani me sabe a auténtica gloria aunque tampoco lleve gran cosa. No sé cuánto tiempo repostamos pero entre medias vemos llegar a un par de equipos e irse a otros tantos, cuando salimos nosotros echamos cuentas y calculamos que iremos los quintos.

Nuestro plan es subir hasta la Fuenfría caminando a ritmo fuerte y desde allí aprovechar la bajada, si las piernas lo permiten, para ganar algo de tiempo. Salimos del pueblo de Cercedilla y enfrentamos la subida hacia la Calzada Romana. Hemos cogido mis bastones para que Yeyo los use en la subida y no cargue tanto las piernas. Subimos a buen ritmo, entre 9 y 10 minutos el kilómetro, y hacia el kilómetro 72 vemos a un corredor bajando. Es un corredor de uno de los equipos que iba por delante de nosotros. Le preguntamos si todo va bien y si necesita algo y nos responde que no, que está bien pero que se vuelve a Cercedilla. Según nuestras cuentas vamos en cuarta posición.

No tardamos en llegar al avituallamiento de la Calzada Romana donde bebemos agua y al sellar preguntamos cuántos equipos han pasado por delante y nos responde el voluntario del control que vamos en tercer puesto. La emoción nos embarga y sin mucha espera continuamos la carrera. Parece que sabernos terceros nos ha inyectado energía e incluso en las subidas trotamos. Vamos alcanzando y adelantando a bastantes corredores lo que significa que hemos reservado energías suficientes para hacer una buena subida hasta la Fuenfría. Siempre le digo a la gente que la carrera empieza en Cercedilla, llegar hasta allí es fácil, lo duro viene después.

Llegamos a Fuenfría y yo sólo bebo agua, de comer tienen magdalenas y, la verdad, no me apetece tener que digerir algo así. Salen Yeyo, Juan Carlos y Dani sin pausa mientras yo publico en twitter que seguimos terceros con ventaja suficiente sobre los cuartos. En esas entre medias, Dani se cruza con un par de caballos y se para a acariciarlos. Yo me paro a grabar la escena mientras Juan Carlos y Yeyo bajan caminando. Hay un momento en el que nos adelanta un corredor y me paro a pensar que es una escena un poco surrealista que estemos corriendo un ultramaratón y nos hayamos parado a acariciar unos caballos y a grabarlo en vídeo. Bajamos Dani y yo corriendo hasta reunir el equipo al completo. El terreno no es el más cómodo para correr puesto que, aunque se trata de una pista ancha, tiene mucha piedra grande y suelta en mitad del camino. Aún así arrancamos a correr a buen ritmo, 5:45 minutos por kilómetro.

Dejamos que Yeyo marque el ritmo para que se encuentre cómodo y no fuerce demasiado muscularmente ya que la bajada es la parte dura para cuadriceps y rodillas. Bajamos corriendo y caminando a tramos hasta que cogemos una zona asfaltada. En un momento dado, observo la cara de Yeyo y le veo serio, concentrado, sufriendo. Es la cara de una persona que está luchando contra su cuerpo y más duro aún, la cara de una persona que está luchando contra sí misma. Esa lucha, con su sufrimiento y su dolor, es la que al terminar se tornará en placer y disfrute. Superar esos momentos es lo que hace el ultrafondo algo maravilloso, es ahí cuando una persona es apta para el ultrafondo y Yeyo lo es.

Pronto llegamos a La Cruz de la Gallega donde sellamos por última vez antes de llegar a Segovia. En el avituallamiento nuevamente tienen magdalenas y bebida. Un matrimonio que está por allí ayudando a su hijo nos ofrece pan. ¡Pan! ¡Qué lujazo! Le cojo un trozo de pan y le pego un par de mordiscos. Tengo la boca totalmente seca así que lo bajo con un poco de cocacola que me dan en el avituallamiento. No suelo tomar cocacola pero el azucar y la cafeína me van a venir bien para los últimos 11 kilómetros. Nos colocamos las linternas frontales, porque ya se ha hecho de noche y nos queda un tramo un poco incómodo de correr y donde torcerse un tobillo sería una auténtica faena en este punto.

Para mí es fácil esta zona, sé que no queda nada y se lo intento transmitir a los demás. Son 10 kilómetros. Les voy cantando por dónde vamos yendo y por dónde vamos a pasar y sobre todo les advierto que el acueducto de Segovia no se ve hasta apenas 200 metros de la meta. Durante el camino de Santiago aprendí que no saber hasta donde tienes que llegar puede ser desesperante y puede minarte la moral y lo que menos necesitamos a tan pocos kilómetros de la meta es desmoralizarnos. Estos kilómetros se me pasan volando ya que vamos corriendo a buen ritmo a pesar de que llevamos encima ya muchas horas.

El resplandor de Segovia se esconde tras las colinas que vamos superando y cuando ya vemos la ciudad sabemos que ya está hecho. Aún así nos quedan un par de kilómetros. Guardamos los bastones y arrancamos a trotar. Cuando nos damos cuenta ya estamos en la ciudad. Ya es todo línea recta. Rotonda. Cruzar calle. Otra rotonda. Cruces. Más cruces. Y al final entramos en la zona empedrada y ya vemos el acueducto. Entramos en la calle San Francisco y oímos el rugir de la multitud y la megafonía de la organización. En esa calle están esperándome los dos miembros más importantes de mi equipo: mi padre y mi madre.

Mi padre estuvo en casi todos los avituallamientos (Colmenar, Manzanares, Mataelpino y Cercedilla) siguiéndonos, animándonos y dándonos su energía y después de que nosotros salimos de Cercedilla volvió a Madrid a recoger a mi madre que venía en tren desde Barcelona, la recogió y se fueron a verme llegar a Segovia. Con el apoyo de un equipo como el mío uno sólo puede aspirar a hacer grandes cosas y conseguirlas.

Finalmente nos plantamos frente al acueducto de Segovia. Se nos une el hijo mayor de Yeyo, Guillermo, y se agarra a su padre. En línea recta cruzamos los cinco la meta. Nos abrazamos y nos congratulamos por el éxito conseguido. Cada uno buscamos a nuestros seres queridos para compartir ese momento de felicidad. Yo busco a mi equipo, mi padre y mi madre, y les doy un gran abrazo y me emociono.

David, llegó una hora y pocos minutos después que nosotros. Ha completado su primer ultramaratón de 100 kilómetros en 14 horas y 40 minutos, todo un logro y por lo que se merece mi admiración. Sé que ese día fue el primero de muchos otros en los que espero podamos compartir kilómetros.

Manu, por su parte, nos dio una lección de lucha y superación ya que llegó en 19 horas y 30 minutos con molestias estomacales acumuladas durante toda la semana y sufriéndolas durante todo el recorrido. Sé lo que es pasarse tantas horas caminando, porque lo he vivido, y quizá por eso mismo admiro y respeto tanto o más a los corredores que llegan con tantas horas y los mismos kilómetros encima.


Definitivamente hemos llegado terceros pero más importante que subir al podio es la experiencia que hemos vivido. Los trofeos son cosas materiales y, por lo tanto, efímeros. Las experiencias anidan en nuestro corazón y provocan cambios en nuestro interior que son permanentes, son para toda la vida. Cada éxito que cosechamos es un cambio hacia esa versión mejorada de nosotros mismos. Cruzar la meta compartiendo la vivencia con tres grandes deportistas y personas a mí me cambia como persona y me aporta vivencias, experiencias y lecciones para la vida que jamás olvidaré.


Si quieres llegar rápido, ve solo.
Si quieres llegar lejos, ve acompañado.