lunes, agosto 27, 2012

Correr por el camino de Santiago sin asistencia

Más detalles en Ultraroncero.

La siguiente entrada tiene como fin único detallar qué material llevé yo corriendo por el camino de Santiago Francés durante 14 etapas en la segunda quincena del mes de julio. No soy ningún experto corredor de resistencia ni nada similar, sólo voy a mostrar qué llevé, qué utilicé y qué no. En este sentido, se aceptan sugerencias y comentarios de todo tipo, de tal forma que todos podamos aprender de las experiencias de los demás.

La mochila
Yo llevé una mochila Raidlight endurance de 10 litros. Se trata de una mochila muy ligera (610 gramos) muy bien pensada.

Su mayor ventaja es su ligereza y su acolchado trasero que se adapta perfectamente a la espalda así como su poca rigidez que permite a la mochila adaptarse al contenido.

Su mayor desventaja es que, para los que como yo utilizamos bolsa de hidratación, cuando la mochila va totalmente llena hay que vaciarla para poder sacar y meter la bolsa de hidratación. Esta desventaja desaparece cuando se utilizan bidones de agua enganchados a los tirantes de la mochila.

Ropa
En mi equipaje sólo llevé ropa deportiva de tal forma que cuando llegaba al albergue me ponía la ropa que iba a utilizar al día siguiente para correr. No tenía ropa de calle, sólo ropa de deporte.
  • 3 camisetas: dos de licra ligeramente compresivas y una técnica de correr sin mangas. Esto va a gusto del consumidor, sin embargo, como en las carreras, debe ser ropa que esté más que utilizada. Un consejo: la mochila puede provocar rozaduras en la ropa y destrozarte alguna de tus camisetas favoritas. Le pasó a un amigo que conozco...
  • 2 pantalones: marca Kalenji, sin virguerías. Me parecen muy cómodos y ya había corrido con ellos un ultra y muchísimas horas de montaña.
  • 1 malla pirata: hasta debajo de las rodillas. Muy útil en caso de frío y/o lluvia. El inconveniente de los pantalones normales es que con lluvia se pegan a la piel provocando dobleces que pueden provocar rozaduras en las piernas. Yo llevé esta malla ya que en caso de lluvia, aunque empapada de agua, al ir pegada al cuerpo desde el comienzo no hay problema de rozaduras.
  • 4 pares de calcetines: de caña baja sin llegar a ser tobilleros. El camino de Santiago transcurre mayoritariamente por pistas y caminos con mucha tierra. En caso de llevar calcetines tobilleros se corre el riesgo de que entre suciedad por dentro del calcetín y que esto provoque rozaduras en los pies.
  • zapatillas: en mi caso llevé unas Adidas Solution 2 de asfalto. Opté por estas porque eran las zapatillas que más uso tenían de los 3 pares con que contaba en aquel momento. Aunque estaban un poco pasadas de kilómetros las preferí por varias razones. La primera de todas la comodidad, ponerme las zapatillas cada mañana era como ponerme los calcetines, se adaptaban a mi pie perfectamente. La segunda es que al ser zapatillas de asfalto vienen con rejilla por delante y por los laterales lo que permite transpirar muy bien al pie y evitar recalentamiento del pie y la humedad. De esta forma la posibilidad de ampollas se reduce casi a cero.
  • jersey: yo llevé un jersey Under Armour semiimpermeable y cortavientos. El hecho de ser algo impermeable es una ventaja cuando la lluvia es muy muy muy ligera ya que nos evita tener que ponernos el chubasquero.
  • chubasquero: en mi caso llevé un chubasquero Marmot totalmente impermeable y transpirable. Apenas pesa 200 gramos, muy recomendable.
  • 1 braga: en caso de frío, nunca está de más para protegerse la garganta o taparse la nariz y boca. El último día la usé a modo de cinta para la cabeza  en lugar de la gorra para evitar que me cayera el sudor sobre la cara ya que no hacía mucho sol y la humedad me estaba haciendo sudar mucho.
  • gorra con capa: la capa para volar. Estamos hablando de pasarse bajo el sol más de 6 horas en verano. En mi caso llevé una gorra Salomon muy ligera y que, con frío, evacúa mucho el sudor y con calor mantiene algo de humedad. La capa es muy útil para no quemarse el cuello.
  • gafas de sol: los ojos, como la piel, también se ven expuestos a los rayos del sol. Hay que protegerlos. Desde las 11 de la mañana aproximadamente a mí se me hacían necesarias.
  • chanclas: yo las llevé por dos razones. La primera para ducharme en los albergues y evitar coger hongos en los pies. La segunda para caminar durante las tardes por los pueblos o por el albergue sin tener que volver a calzarme las zapatillas y darle un respiro a los pies. He de decir que muchas veces caminaba descalzo allá donde iba ya que me daba mucha liberación a los pies y las piernas.
  • toalla: para secarse después de la ducha... obvio, ¿no?
Con respecto al botiquín, al aseo personal y cuidado de los pies, yo llevé:
  • minineceser aseo personal: en mi caso sólo llevaba el cepillo de dientes. A modo de curiosidad, como el cepillo que quería llevar era muy largo le corté la caña para que cupiese en la bolsa en la que lo quería meter. Lo importante era minimizar el espacio y maximizar la utilidad. Obviamente el cepillo se quedó en Santiago...
  • vaselina: para los pies y pliegues. La vaselina crea una capa oleosa que provoca que la fricción del pie con la zapatilla y calcetines no sea tan abrasiva y retrasa la aparición de ampollas.
  • crema rozaduras: yo llevé Natusan, una crema que se utiliza para las rozaduras que le salen a los bebés. En mi caso la utilicé todos los días como primera capa sobre la planta de los pies y las zonas donde preveía que iba a rozarme más la zapatilla. En alguna ocasión la utilicé para curar alguna rozadura que me salió en la ingle.
  • crema solar: imprescindible para cuidarse de los rayos del sol sobre todo a sabiendas de que nos vamos a pasar muchas horas bajo el abrasador sol del verano en la llana Castilla.
  • minibotiquín
    • gasas
    • betadine
    • aguja (gruesa, intramuscular)
    • jeringuilla
    • compeed
    • esparadrapo
    • venda adesiva
    • aguja
    • hilo
    • alguna droga: paracetamol en mi caso que, afortunadamente, no necesité.
Del botiquín explicar que llevé una aguja y una jeringuilla para en caso de tener grandes ampollas extraer el líquido con la jeringuilla e inyectar betadine en el interior. Hay que destacar que este procedimiento es muy muy muy desagradable (escuece a muerte) ya que estamos desinfectando una zona que no tiene piel. La ventaja de este método es que haciéndolo así, se cura la herida por debajo de la piel de tal forma que cuando esta se cae la parte de abajo ya está seca y se está generando piel nueva. Yo no tuve que hacerlo ningún día, sin embargo, a mí no se me ocurriría hacerlo a mitad de ruta, puesto que, como digo, se trata de un proceso muy desagradable. De haberlo tenido que hacer lo habría hecho al finalizar cada etapa.

Por otro lado, el hilo es otra forma de tratar las ampollas. Se pincha la ampolla con el la aguja y se atraviesa la ampolla con el hilo previamente empapado en betadine. Se corta el hilo dejando la ampolla atravesada por el hilo. Además de desinfectar ligeramente la herida evita que el líquido se vuelva a quedar dentro de la ampolla formando bolsa de nuevo. De esta forma la ampolla se va secando antes.

Otros aparejos
Además de la ropa y el botiquín en mi mochila llevé:
  • saco de dormir: un saco de 350 gramos (fino como una pequeña manta) que apenas ocupaba espacio.
  • navaja multiusos: yo llevo una muy pequeñita, apenas pesará 10 gramos. Nunca está de más llevar algo así por si acaso.
  • mechero: sirve para desinfectar las agujas.
  • cámara de fotos + cargador: además de para documentar el camino de Santiago, yo llevé una pequeña cámara de fotos que también grababa vídeo de tal forma que en los momentos de mayor bajón y soledad (yo fui solo los 14 días) uno puede hablarle a la cámara y expresarle tu yo del futuro cómo te sentías o qué problemas estabas teniendo. Esto para mí fue bastante liberador ya que una vez que lo cuentas pierde poder en tu cabeza y no pesa tanto. 
  • móvil + cargador: yo llevé un smartphone con conexión a internet para compartir con familiares y amigos mi progreso día a día. Para ahorrar batería, ya que los smartphone tienen ese grandísimo problema, yo lo llevaba totalmente apagado. ¿Por qué? Hay muchas zonas del camino de Santiago con mala cobertura y en esas zonas los teléfonos móviles están continuamente buscando red y eso puede hacer que nos quedemos sin batería en menos de una hora. ¿Por qué no en modo avión? El calor durante el camino haría recalentarse mucho al teléfono en caso de ir encendido (más que si va a apagado) lo que haría que la duración de la batería fuese muchísimo menor.
  • libreta y bolígrafo: cada tarde, apuntaba en mi libreta qué había comido, cómo me encontraba físicamente, qué cosas había sentido o pensado durante todo el camino y qué gente había conocido.
Nunca olvidarse
  • pasión e ilusión: si uno no tiene pasión o ilusión por lo que hace no merece la pena hacer este tipo de cosas.
¿Cuánto pesaba el equipaje completo?

El peso total del equipaje en seco era de 3 kilos. En este sentido hay que decir que la cantidad de agua que se rellenaba era especialmente importante ya que, en caso de llenar totalmente la bolsa de hidratación, el peso aumentaba en un 66% y se notaba la diferencia a la hora de correr. De hecho, la bolsa de hidratación la llené a tope sólo una vez y cuando me puse la mochila y empecé a correr tuve que bajar bastante el ritmo. Para quien piense que no influyen dos kilos para correr, decirle que la diferencia es abismal y físicamente se nota esa carga extra.
¿Qué no usé pero que volvería a llevar?
  • La malla pirata. Aunque no la usé en esta ocasión la volvería a llevar. Pensándolo fríamente era mi única prenda de abrigo para las piernas. En caso de frío o lluvia la malla habría sido de gran utilidad. Quizá el mayor inconveniente de cargar con ella fue el volumen que ocupaba, no así tanto el peso.
  • Algunas cosas del botiquín como la jeringuilla y la aguja no tuve que utilizarlas, sin embargo, las volvería a llevar, apenas ocupan espacio y no pesan nada y pueden ser muy útiles en un momento dado.
  • Tampoco tuve que usar el paracetamol, sin embargo, volvería a llevarlo. Nunca se sabe cuándo puede dolernos la cabeza o cuando un dolor muscular, en mitad de la nada, puede ponernos en jaque.

¿Qué no volvería a llevar?
Estoy bastante orgulloso de la selección de material que hice ya que utilicé el 95% del material que llevé.

¿Qué habría llevado?
  • Gel de ducha y/o champú. Prescindí de ello y quizá, en algunos momentos me hubiera apetecido darme una duchita y restragerme con un buen gel de ducha y lavarme la cabeza con un buen champú. Es totalmente prescindible, no va a pasar nada por ducharse sin geles y/o champúes durante dos semanas.
  • Un botecillo de detergente líquido. Muchos albergues te venden detergente para lavar la ropa en las lavadoras que hay. En mi caso lavé toda mi ropa a mano siempre para no arriesgarme a que una lavadora se comiera una de las pocas prendas que llevaba en mi equipaje. La ropa que llevaba era ropa muy específica y difícil de encontrar en el camino, además de que en caso de tener que comprar ropa nueva el riesgo de rozadura era muy grande. En el caso de los calcetines, que eran los que más suciedad acumulaban, un poco de detergente líquido habría facilitado la labor. Aún así, siendo concienzudo en el proceso de lavado la ropa queda perfectamente y lista para su uso lavándola a mano y sin detergente.
¿Qué pasa con el agua?
En mi caso, para portar el agua, llevé una bolsa de hidratación de 2 litros con tubo para poder adaptarla a la mochila e ir bebiendo a través de él cómodamente mientras corría. ¿Son necesarios 2 litros de agua? En según qué partes del camino es recomendable rellenar la bolsa al completo. Hubo tramos de hasta 17 kilómetros en los que no encontrabas más que campos de alfalfa y la nada a ambos lados del camino. Ni un pueblo y mucho menos una fuente. Nunca llegué a quedarme sin agua, aunque sí llegué a estar al límite.

Cabe destacar que a partir de León el número de fuentes en el camino se reduce drásticamente de tal forma que es recomendable rellenar un poco más de agua por si acaso. En Galicia hay que remarcar dos circunstancias: hace menos calor pero hay más humedad. Con mucha humedad se tiende a sudar más aunque la sensación de calor sea menor, hay que tener mucho cuidado con esto y no dejar de beber durante todo el recorrido.

Tuve mis dudas sobre si llevar pastillas de sales o no. Finalmente no las llevé y no tuve ningún problema. Intentaba beber alguna bebida isotónica cuando veía que sudaba mucho y también comía cosas con alto contenido en sales minerales: jamón, frutos secos, etc. Un buen rehidratante es la cerveza, pero sin alcohol, ya que el alcohol necesita ser expulsado del cuerpo y eso requiere de más líquido por lo que beber mucha cerveza con alcohol y correr puede provocar que nos deshidratemos más rápidamente. Por no hablar de que te emborrachas fácilmente si te tomas dos cervezas sin haber comido nada después de haber corrido durante 8 horas. Y hablo desde la experiencia.

En mi caso iba controlando mi hidratación a través de la orina. Es importante controlar el color (ni muy claro ni muy oscuro) y la frecuencia con que hacemos nuestras paradas hidráulicas. En mi caso había ocasiones que paraba hasta 3 veces desde que arrancaba a correr por la mañana hasta la hora de la comida, lo que significaba que me estaba hidratando bien y, quizá un poco de más, ya que mi cuerpo iba eliminando el líquido sobrante. Sin embargo, en las olas de mayor calor no paraba ni una sola vez a orinar ya que el cuerpo estaba aprovechando todo el líquido que yo bebía para mantener la temperatura del cuerpo a través del sudor.

¿Y qué como?
Este asunto me llevó muchos quebraderos de cabeza y durante los primeros días fui probando diferentes cosas hasta que llegué a la conclusión que la mejor opción para llegar con energía suficiente al final de cada etapa, era hacer buena carga de hidratos durante la tarde/noche y comer algo con alto contenido calórico y de lenta absorción (hidratos de absorción lenta, como pan, pasta o arroz) a mitad de etapa. El mayor inconveniente de hacer una comida en el camino (en mi caso opté, tras muchas pruebas por comerme un bocadillo de jamón hacia las 11 o 12 de la mañana) es que con el estómago lleno y en plena digestión el cuerpo funciona bastante más lento ya que la digestión requiere mucha concentración de sangre en el estómago.

Otras cosas de interés
Este consejo es aplicable no sólo al camino de Santiago sino a cualquier ruta que sea haga por larga o corta que sea. Relativiza lo que te diga la gente. Por lo general, la gente no tiene conciencia de la distancia que hay entre dos sitios. En una ocasión, pregunté a un señor a qué distancia quedaba el siguiente pueblo y me contestó que en a 9 kilómetros. Llegué en 20 minutos. Realmente había 3 kilómetros. Es un ejemplo llevado al extremo pero cuando uno no lleva ninguna referencia espacio temporal hay que mantener la calma 

Aunque uno haga el camino de Santiago por motivos deportivos hay cosas que uno no debe dejar de hacer. Hablar con la gente del camino es una de las cosas que mayor placer me daba cuando llegaba a los albergues. Cada persona es un mundo y existen unas curiosas ganas de compartir y todo el mundo tiene algo que aportarte.

No vayas con prisa, párate a mirar y observar el paisaje. Levanta la cabeza mientras corres y mira a tu alrededor, haciendo el Camino de Santiago uno puede disfrutar de vistas que en coche jamás vería.

Por último, no dejes de disfrutar cada minuto, cada kilómetro, cada lugar, cada persona. Si no lo haces, cuando llegues a Santiago te darás cuenta de que sólo has perdido el tiempo.

Actualización: había olvidado hablar sobre el peso total del equipaje. Gracias Álvaro.

martes, agosto 14, 2012

De Pamplona a Santiago a pie en 14 días

Cuando salgas de viaje para Ítaca,
desea que el camino sea largo.


Viajé, disfruté y llegué. Como ya conté antes de partir, mi nuevo reto era hacer el Camino de Santiago Francés corriendo en etapas ultramaratonianas, solo y sin asistencia. Durante dos semanas me levanté de la cama, me calcé las zapatillas y salí a correr, 40 kilómetros el día que menos y 63 el día que más, con la única compañía de mi mochila y el sonido de mis zancadas contra el suelo. No, no es la heroicidad de ningún atleta de élite, es una pequeña historia de superación personal.

Antes de salir hacia Pamplona tenía miedos y dudas, no sabía a lo que me enfrentaba y lo desconocido siempre nos desconcierta un poco. Yo había escogido mi camino, tenía claro que eso era lo que quería hacer y a punto de enfrentarme con ello lo dejé de tener claro. Es una situación normal amilanarse justo cuando estamos a punto de salir de nuestra zona de confort. El cerebro es muy cómodo y le gusta mantenerse haciendo aquello a lo que está acostumbrado, salir de ahí es un esfuerzo titánico para él e intenta convencernos de que eso que queremos hacer no es realmente lo que queremos hacer. Habrá quien esté pensando que hablar por separado de lo que nuestro cerebro nos dice a nosotros como persona es un tanto extraño, sin embargo, no lo es tanto. Como seres humanos tenemos la capacidad de lo que se llama la autoconsciencia, que viene a ser la capacidad introspectiva de revisar qué estamos sintiendo y qué estamos pensando en un momento dado. El cerebro funciona de una forma y si cuando somos conscientes de ese funcionamiento podemos analizar mejor los mensajes que nos manda. 

En mi caso, había decidido hacer algo y había puesto mis esfuerzos en preparar todo lo necesario para poder luchar por aquello que quería y no me iba a echar atrás en el último momento. No debemos dejarnos autoconvencer a última hora y si en su momento tomamos la decisión al menos hay que intentarlo. No tiene nada de malo dejarlo a medias, siempre y cuando sea realmente lo que uno quiere hacer, pero por lo menos hay que dar el primer paso, siempre.


Mi viaje empezó también con un sólo paso, en Pamplona, y siendo sincero, me costó empezar, literalmente me costó dar el primer paso. Estando frente al albergue municipal de Pamplona con mi credencial del peregrino vacía, la cabeza lista y el cuerpo preparados, me resistí durante unos minutos a arrancar a correr. A veces da miedo dar el primer paso porque sabemos que dar el primer paso significa empezar a salir de nuestra zona de confort. Nos ocurre a menudo en la vida. Tenemos un trabajo que no nos gusta, en el que no nos valoran y en el que creemos que estamos perdiendo el tiempo y, sin embargo, nos cuesta buscar otro mejor. Vivimos una relación infernal en la que continuamente hay problemas y donde nos faltan cosas y cuesta hablar con nuestra pareja para intentar solucionar el asunto. Y como estas situaciones, mil más. Todas ellas significa salir de nuestra zona de confort, romper nuestra rutina, por eso cuesta tanto dar el primer paso.

Yo di mi primer paso y tras ese vinieron experiencias, vivencias, emociones, sentimientos, personas... un sin fin de maravillas que no habría tenido en caso de haberme quedado en casa tumbado en el sofá. ¿Estaría más cómodo? Probablemente, pero de entrada yo sabía que podía ganar más haciendo ese viaje que quedándome en casa y en mi vida colecciono vivencias, experiencias y emociones y dando ese primer paso estaba arrancando una larga colección.


Pero no nos engañemos, no todo fue maravilloso. El primer día fue bastante duro a partir del kilómetro 30, me dolían las piernas, me molestaban las rodillas, me dolían los tobillos, sin embargo, sabía de sobra que era algo que iba a pasar y, aunque uno piensa que está preparado para afrontarlo, cada vez es diferente porque nosotros somos una persona diferente a cada instante y cada lucha debe ser resuelta en el instante en el que se produce. Por mi cabeza durante el primer día a menudo pasaba la idea de que si entonces estaba así, ¿cómo estaría el segundo día? ¿Y el tercero? La cosa tenía mala pinta. ¿Pensé en abandonar entonces? No, en ningún momento, porque he aprendido que posibles problemas que se me puedan presentar en el futuro no pueden ser resueltos hasta que ocurren, de hecho, aquello no era un problema, al menos no todavía y, por lo tanto, no podía resolverlo de ninguna manera. Sencillamente me preocupé de resolver los problemas que se me presentaban en cada momento y que podía resolver y no dejarme influir por los posibles problemas que podrían ser, o no ser, en el futuro. Seguir adelante e ir resolviendo los problemas reales que se nos presentan en cada instante, esa es la clave.

El segundo día no fue mucho mejor. Levantarse de la cama fue un auténtico esfuerzo titánico, apenas podía mover las piernas, totalmente sobrecargadas y agarrotadas, y las rodillas parecían estar gritándome que se negaban a funcionar. ¡Era el segundo día y ya estaba así! La cosa pintaba mal, sin embargo, revisé mi estado físico y pensé: "¿Puedo correr? Sí. Veamos hasta donde puedo llegar.". Me mentalicé y dando el primer paso del día, y con gran esfuerzo, empecé a correr. La cosa al principio fue dura y no mejoró mucho. A los pocos kilómetros de Lizarra empecé a notarme físicamente mal, débil, sin fuerzas, torpe; y anímicamente totalmente derrumbado. Si paraba de correr me temblaban las piernas y podía casi caerme al suelo, seguir corriendo me costaba pero quedarme parado no era una solución, parar no me llevaba a ninguna parte. A duras penas llegué al siguiente pueblo, Los Arcos, con mucha lucha contra mi propio cuerpo, y allí me senté a reflexionar. ¿Qué me estaba pasando? ¿Qué sensaciones estaba teniendo? ¿Por qué de repente estaba tan anímicamente derrotado? Fácil: estaba teniendo una pájara. No era la primera vez que estaba en esa situación sabía cómo resolverla así que puse los remedios a mi alcance: comí y bebí bien y sin dejarme reposar continué caminando hasta la salida del pueblo. Cuando llegué al final del pueblo mi estado físico había cambiado totalmente y anímicamente, aunque no al 100%, al menos me había recuperado como para volver a correr, y así lo hice.

Es importante conocerse a uno mismo, saber qué nos está pasando en cada momento para poder resolver las situaciones que se nos presentan. En mi caso, mi estado anímico era provocado por el estado físico y, aunque en el momento es complicado darse cuenta y salir de ese bucle, tras una rápida reflexión lo supe. Todos los pensamientos que me venían no eran míos, eran provocados por el estado físico. Una vez resuelto el problema físico toda mi situación cambió. A diario nos ocurren situaciones parecidas que no sabemos manejar porque no nos paramos a conocernos, saber qué nos provoca un estado emocional nos permite manejarlo y llevarlo mejor o directamente ignorarlo.

Mi situación física hasta el quinto día fue dura, el cuerpo cada vez iba a menos y los últimos kilómetros se me hacían muy cuesta arriba. También influía que el calor apretaba a partir de las 12 de la mañana y que a esas horas ya llevaba muchos kilómetros encima. A partir del tercer días aprendí a detectar qué estados mentales me provocaba el excesivo calor y poco a poco fui manejándolo de mejor manera. Físicamente el calor me afectaba en que sudaba más y la cabeza se me recalentaba mucho. En un momento dado, pasando por un mal momento, cogí la pequeña cámara que llevaba y comencé a grabarme para dejar constancia de cómo estaba yendo la cosa. Empecé a contar que acababa de terminar una gran subida y que llevaba llaneando varios kilómetros y de repente las palabras no me salían. En mi cabeza aparecían los conceptos y yo era capaz de razonar y era consciente de que no era capaz de articular palabra. Intenté explicar qué me estaba pasando en ese instante, sin embargo, seguía sin ser capaz de hablar. Pasados unos segundos parece que la cosa se pasó y por fin pude hablarle a la cámara. Todo había sido producto del cansancio y del calor.

Mi amigo David me había insistido: "aguanta hasta el quinto día, ya verás como todo cambia". No podía más que confiar en él, ya había hecho el camino de Santiago y tenía más experiencia que yo. El quinto día por la mañana me levanté y, como siempre, hice revisión de mi estado físico: no notaba carga en las piernas, las rodillas apenas me molestaban, los tobillos parecían fuertes y los pies los tenía perfectos. ¡Genial! Parecía como si el cuerpo hubiera asimilado los kilómetros que ya tenía encima y estuviera en disposición de continuar tantos días como fuera necesario. Obviamente cada día el cuerpo iba a menos a medida que iban avanzando los kilómetros, sin embargo, por las tardes, después de la siesta ya me encontraba casi recuperado. El cuerpo es una máquina extraordinaria que siempre da más cuando se le pide.

Los sucesivos días fueron evolucionando de forma similar y físicamente cada día terminaba en mejor estado. Anímicamente fui aprendiendo a detectar cuando se me iban a proyectar estados negativos y directamente no dejaba que ocurriese. Muchas veces nos ocurre que hacemos ciertas cosas que inevitablemente nos provocan malestar. Por ello, es importante detectar qué acciones o qué situaciones nos lo provocan y directamente evitarlas y, en caso de no poder evitarlas, aprender a manejarlas y no dejar que nos controlen, sino controlarlas nosotros a ellas.

Mucha gente me ha preguntado sobre el tema motivación. En este sentido me gustaría definir dos niveles de motivación, los he llamado macromotivación y micromotivación. La macromotivación es lo que te mueve a hacer grandes viajes, a afrontar grandes retos y grandes aventuras. En mi caso la macromotivación básica era llegar a Santiago desde Pamplona siendo mi único vehículo. También quería volver a ponerme a prueba y volver a encontrar al luchador que había sido hacía tiempo y que tanta fuerza y energía irradiaba y que hace tiempo había desaparecido.

En segundo lugar está la micromotivación que son las razones que te mueven cada mañana a levantarte y afrontar ese día, esa parte de reto. La micromotivación principal de cada día era viajar, disfrutar del paisaje y correr disfrutando de mí mismo para llegar al albergue que había planificado, descansar y poder charlar con el resto de peregrinos. En muchas ocasiones, para seguir corriendo me convencía de que cuanto antes llegase más tiempo tendría para descansar y disfrutar de la paz y tranquilidad del descanso que en el camino he sentido.

En cuanto al tema motivación, tenía la creencia de que durante largas horas corriendo era necesario mantenerse arriba a través de lemas o ideas motivadoras, sin embargo, cuando uno se pasa entre siete y nueves horas corriendo al día, los lemas y las ideas motivadoras pierden fuerza rápidamente. Cuesta encontrar frases que te hagan seguir adelante así que lo mejor es no pensar en cómo seguir adelante y simplemente seguir adelante.

Por otro lado, había mucha gente que me preguntaba si me aburría durante tantas horas a solas corriendo por parajes donde, en ocasiones, apenas te cruzabas con dos personas en varias horas. Lo cierto es que en ningún momento me he aburrido y la razón principal era que no tenía tiempo para aburrirme mientras corría. Mi cuerpo y mi cabeza estaban mandándome continuamente mensajes y yo estaba siempre pendiente de ellos. Al no llevar reloj mantenía la cabeza ocupada también calculando cuánto tiempo corría, a qué ritmo lo hacía y calculaba, sin referencias, cuánto tiempo me faltaba para llegar hasta el próximo pueblo. Gracias a correr sin reloj he aprendido a escuchar a mi cuerpo de forma detenida y aprender a regularme para alcanzar cada día mi destino en el mejor estado posible. Es cierto que de haber llevado algún tipo de referencia espacial o temporal (bien con GPS o con un simple reloj) podría haber apurado un poco más hacia el final de la etapa, sin embargo, lo bonito del camino de Santiago es que no hay metas, no hay cronos, no hay competición. El único propósito del camino de Santiago es llegar al albergue en el mejor estado posible lo antes posible, las dos cosas pero llegando a un equilibrio entre ellas.


También ha habido quien me ha preguntado si en lo espiritual me ha servido el camino de Santiago para encontrar respuestas a mis preguntas. Lo cierto es que mucha gente va a al camino para encontrarse de nuevo, para estar a solas consigo mismo e intentar responder las preguntas que el día a día, por una razón u otra, no nos da espacio para responder. Es cierto que muchos peregrinos con los que hablas tienen problemas e intentan encontrar solución en el camino. Hacer el camino no resuelve ningún problema, no se resuelven mágicamente, sin embargo, pasarte horas y horas sin más ocupación que caminar te da espacio para reflexionar. Mi caso fue algo diferente, para mí se presentaba más como un reto deportivo y personal que una necesidad de encontrarme. Todas mis preguntas ya tenían respuestas, las decisiones que debía tomar ya estaban tomadas antes de ir al camino. ¿Entonces no has reflexionado en el camino? Pues la verdad es que no. Una de las cosas que más me gusta de correr es que mientras lo hago, cuando no estoy entrenando para algo concreto, me siento vacío, liberado de peso emocional, sin necesidad de pensar conscientemente. A mi cabeza vienen ideas, están un tiempo y se van, yo no las bloqueo ni las genero, ellas solas van y vienen. Esos momentos son maravillosos porque surgen cosas bonitas, pensamientos que de otra forma no surgirían y sobre todo, esos momentos son bonitos porque estás a solas contigo mismo. Poca gente aguanta la soledad, supongo que mucha gente no se aguanta y por eso la soledad les aterra.

Los días iban pasando y cada uno era en sí mismo un reto más superado que sumaba un punto en el gran reto. Cada día terminaba y me sentía realizado por lo que acababa de conseguir y por todo aquello que llevaba conseguido. Nunca me planteaba lo que me faltaba por conseguir, sólo disfrutaba de aquello que tenía. Debemos aprender a disfrutar y celebrar aquello que conseguimos y dejar de torturarnos por aquello que todavía no tenemos. Preocuparse más por lo que a uno le falta que disfrutar de lo que uno tiene es el mejor camino hacia la infelicidad perpetua. Todos los días al terminar me sentía completo por haber dado un grandísimo paso más hacia la gran meta, cada día era un paso y cada paso que daba me acercaba un paso a mi destino.

Aunque cada día me encontraba físicamente más fuerte y mentalmente mejor preparado, los días y los kilómetros no pasaban en balde y cada vez me costaba levantarme de la cama. A las 5:45 sonaba mi despertador y al principio saltaba de la cama, a veces literalmente ya que dormíamos en literas y casi siempre me tocó en la de arriba, sin embargo, los últimos días tardaba más de 15 minutos en ponerme en pie. Sabía lo que quería hacer y por qué debía levantarme de la cama porque tenía un objetivo en mente, cada día me recordaba por qué hacía lo que estaba haciendo y así conseguía las fuerzas para arrancar cada mañana. No dista mucho de lo que nos pasa a diario: a veces nos suena el despertador y damos un par de vueltas en la cama, sin embargo, luego recordamos por qué debemos levantarnos y parece que eso nos da fuerzas para empezar un nuevo día. Por eso es tan importante saber para qué se levanta uno cada mañana, eso, y sólo eso, nos da fuerzas para seguir adelante.

Finalmente llegó el último día, el decimocuarto, el día en que la Plaza del Obradoiro me acogería con los brazos abiertos. Se supone que el último día debería estar hipermotivado ya que aquel día me llevaba hasta la meta, sin embargo, mi estado no era muy diferente del del día anterior. Es más, mi motivación estaba quizá por debajo del resto de los días. Ahora sé que eso era debido a que muy dentro de mí sabía que aquello estaba llegando a su fin y que no quería que terminase. Suena a locura pero me habría quedado corriendo el resto de mis días...

El último día no estuvo exento de sufrimiento, hacia el kilómetro 13 empecé a notarme bajo de energías y cuando afrontaba el kilómetro 15 del día iba totalmente zombie tropezando con mis propios pies. Después de trece días es extraño tener esas sensaciones y ahora sospecho que más que algo físico era algo mental, aunque la realidad nunca la sabré. Comí algo en Pedrouzo, a unos 20 kilómetros de Santiago y seguí mi camino. Al salir volvía a tener una gran motivación por llegar, volvía a correr con fuerza y en mi interior había una grandísima energía positiva que me llevó a alcanzar O Monte do Gozo sin darme cuenta. Cuando pregunté cuántos kilómetros quedaban y me dijeron que sólo quedaban 5 kilómetros algo dentro de mí se revolvió. Aquello se acababa.

Durante varios minutos estuve sentado, sin hacer nada, sin pensar nada. No quería seguir, quería quedarme allí, no quería llegar a mi meta, sin embargo, tarde o temprano tendría que seguir, así que demorarlo no hacía más que hacer más doloroso el momento de llegar. Volví a arrancar a correr y aunque podría haber corrido tan rápido como hubiera querido, todo mi ser me pedía recorrer los últimos kilómetros lentamente, disfrutando de cada paso, paladeando cada zancada. Sin ninguna duda esos últimos kilómetros fueron los más cortos de todo el viaje a pesar de que estaba corriendo tan lentamente como podía. 


Rúa San Pedro, Rúa das Casas Reáis, Plaza Cervantes, Rúa de Acibechería, pasadizo de la plaza y... La magestuosa Plaza del Obradoiro se abrió ante mí. Corrí hasta el centro de la plaza y me tiré al suelo. Llegar a la plaza del Obradoiro me provocó la mayor sensación de vacío que jamás he sentido. Suena extraño ya que debía haber estado pletórico, emocionado, alegre y, sobre todo, debía sentirme feliz. Pero no fue así. En medio de la Plaza del Obradoiro, rodeado de peregrinos y turistas, después de haber recorrido 700 kilómetros a pie sin compañía, poniéndome al límite y superándome cada día un poco más, no sentía nada. Esa fue la demostración de que lo que realmente nos debe hacer felices en esta vida no es la meta en sí mismo, la felicidad se encuentra en el camino. Cada meta sólo es la salida de un nuevo camino en nuestras vidas. La meta no es el cierre, la meta es el pistoletazo de salida del siguiente camino. Por eso sé, que el resto de mi vida me lo pasaré en el camino, no existe nada más que el camino.



Todos los cuentos que tienen un principio también tienen un final, pero lo mejor es siempre la moraleja. La de mi camino de Santiago es que no debemos dejar de luchar cada día por aquello que deseamos hacer, debemos perseguir nuestros sueños y nunca desfallecer en el intento por conseguirlos. 

Personas normales podemos hacer cosas extraordinarias, todos tenemos capacidades especiales que bien explotadas nos permiten ser auténticos héroes de lo cotidiano