Como ya conté en la anterior entrada mi siguiente compromiso era el Maratón Popular de Madrid (comúnmente conocido como MAPOMA) para el que llevaba muchos meses entrenando y hoy ha sido el día. Durante meses he estado entrenando duramente para afrontar esta distancia de 42 kilómetros tan respetada y temida, que a ningún corredor que la afronta deja indiferente, y cumplir mi objetivo. Al principio, antes del Medio Maratón de Madrid, tenía en mente bajar de las 3 horas y 30 minutos, sin embargo, haber acabado los 21k de Madrid en 1 hora y 27 minutos me hizo replantearme mi objetivo y se me metió en la cabeza bajar de 3 horas 15 minutos en la distancia de Filípides.
Quitando que a una semana de la gran cita me surgieron unas molestias en el pie izquierdo, y que me han mantenido en jaque toda la semana, todo parecía estar bien y esta mañana me he plantado en la salida con los deberes hechos y con un plan en mente: bajar de 3:15 haciendo la primera parte de la carrera en 1:35 y la segunda en 1:40. Parecía un buen plan y había calculado los ritmos para que las cosas fueran así teniendo en cuenta los tramos de carrera donde las calles de Madrid se ponen cuesta arriba. Todo parecía que iba a ser un dulce baile con la Dama de Madrid pero la realidad ha sido muy diferente.
La salida ha tenido lugar a las 9 de la mañana y ya habiendo calentado las piernas y habiéndome concentrado en lo que iba a afrontar, me he puesto en el cajón que me correspondía según mi tiempo. Los minutos antes de la salida suelen ser momentos en los que el tiempo parece que se paraliza, se me ha hecho eternos hasta que han dado la salida. Después de haber estado la mitad de la semana parado por las molestias en el pie izquierdo, tenía muchas ganas de correr.
Cuando han dado la salida, al llegar al arco de salida, he comenzado a correr. Al principio he tenido que adelantar muchos corredores, que no se habían colocado correctamente en sus cajones, intentando mantener el ritmo que me había marcado. En estos primeros kilómetros, he adelantado a dos amigos, Cañas y David, este último el catalizador de que empezase en esto del fondo y con quien corrí mi primer maratón el año pasado. Me ha gustado verles y me habría quedado corriendo con ellos de muy buena gana, pero tenía un compromiso que cumplir.
Los primeros 10 kilómetros se me han pasado volando, en concreto en 43 minutos. Ahora, pensándolo en frío, debería haberme dado cuenta de que haciendo los 10 primeros kilómetros en 43 minutos iba camino de hacer el primer medio maratón en menos de 1 hora 30, lo cual era un ritmo bastante fuerte para mi objetivo, sin embargo, iba corriendo cómodo y no he pensando en ningún momento bajar un pistón.
Todo el camino he ido sufriendo las molestias del pie izquierdo que pensé habían desaparecido, sin embargo, aguantar el dolor es algo que se aprende cuando haces carreras de larga distancia, forma parte del juego.
Los siguientes kilómetros han sido un paseo, kilómetros de bajadas por la ciudad de Madrid y yo iba bailando al son de la música que sonaba en mi cabeza: un vals, en concreto el Vals de Amelie:
Estaba disfrutando de correr por Madrid, de atravesar corriendo la calle Fuencarral, de aparecer de repente en Gran Vía, de bajar por la calle Preciados y ser recibido en la Puerta del Sol por una multitud enfervorecida gritando y animándonos a todos los corredores. Hacia el kilómetro 19,5 me esperaban los dos miembros más importantes de mi equipo, mis padres, Manuel y Emilia, que me han inyectado una dosis de energía espectacular cuando he parado a abrazarlos. "Voy muy bien, voy estupendamete", les he dicho y he seguido corriendo enfrentando la ligera subida de la calle Ferraz que me ha obligado a bajar el ritmo. Todo iba sobre ruedas.
He pasado el kilómetro 20 y he mirado el GPS y he visto 1 hora y 26 minutos y he pensado "¡Bien! Llego al medio maratón en 1 hora y 31 minutos" iluso de mí. A lo lejos veía el arco del medio maratón y lo he cruzado, efectivamente, en 1 hora y 31 minutos, sin embargo, tras el arco me esperaba una sorpresa. Nada más cruzar el arco algo en mi interior ha saltado, como un resorte, que me ha hecho pensar: "Algo va mal, algo ha cambiado". No sé, qué ha pasado, no sé realmente si ha sido mental o físico, no lo sé. Lo que sí sé es que desde el kilómetro 21 algo no iba bien, el señor del mazo venía a recordarme que el que la hace la paga. Ahora, en frío, sé qué es lo que no iba bien: me había pasado el plan trazado por el arco del triunfo. Y este ha sido el mayor error de todos, he desfondado en la primera parte de la carrera y lo iba a pagar bien caro en la segunda parte.
La cosa ha ido de mal en peor cuando he entrado en Casa de Campo, los kilómetros se me han hecho eternos mientras echaba cuentas de cuándo podía tomarme los dos geles que llevaba para poder enchufarle al cuerpo un golpe de energía. Es curioso lo que cuesta hacer matemáticas mientras el cuerpo está al límite y mentalmente no estás en tu mejor momento. Finalmente he resuelto que la mejor opción era coger un gel de los que daba la organización y hacer tres tomas antes de meta, aún a sabiendas del riesgo de meterme en el cuerpo un gel que no había probado anteriormente. Era eso o dejar de correr. En este sentido, cuando el globo de 3 horas y 15 minutos me ha adelantado he tenido que pasar del plan A , acabar en menos de ese tiempo, al plan B, simplemente acabar.
Al paso por el kilómetro 32, me he ido repitiendo "Esto es un 10k, esto es un 10k" en voz alta para inyectarme fuerzas para afrontar ese último infierno, sin embargo, ya no había nada que hacer. Ni siquiera ver a mi amigo Jaime me ha animado a pesar de que ha gritado como nunca le había visto gritar (muchas gracias por estar ahí y por tus fotos). Junto a mi estado de total y completa desmotivación y que las energías estaban al mínimo se ha unido que me he chocado de frente con el muro hacia el 33 teniendo que parar repentinamente y caminar. Los siguientes kilómetros se resumen en: intentar correr, sufrir, no encontrar motivación, parar y caminar, ver como me adelantaban corredores que parecían estar frescos como para seguir corriendo 42 kilómetros más. Nada más lejos de la realidad, era sólo que había perdido hacía tiempo la regla para medir y el grandullón de pecho hinchado que salió en la línea de meta ahora era un diminuto individuo que veía que la carrera le había superado, que se había comido los primeros 21 kilómetros muy rápido y ahora se le estaban atragantando.
La Dama me había castigado duramente, no la había respetado y había intentado ir demasiado deprisa olvidando que el maratón es muy exigente y que hay que hacer las cosas bien todo el tiempo. Sin embargo, en el kilómetro 40 se ha apiadado de mí y me ha hecho un regalo que me ha demostrado que los corredores estamos hechos de otra pasta.
A dos kilómetros de la meta, en el último avituallamiento, he cogido una botella de agua y a los 50 metros me he vuelto a parar a caminar, no podía más. Había perdido todo motivo para seguir esforzándome, estaba sufriendo, me dolían las piernas, no tenía ni un ápice de energía en el cuerpo, la lavadora en la cabeza llevaba casi dos horas dando vueltas y yo no tenía claro, a menos de 15 minutos de la meta, que fuera a terminar. Iba bebiendo agua y resoplando cuando he notado una mano en la espalda y una voz que me decía: "ánimo chaval, no queda nada, vamos, vamos, vamos". Ha sido un momento mágico, de nuevo algo en mi cabeza ha hecho click y me han venido de golpe todas las fuerzas de repente. Me he girado para mirar quién era la persona que acababa de inyectarme de esa forma tanta energía. He de decir que en esos momentos no me he fijado mucho pero le he mirado y le he dicho "Tío, me acabas de salvar, me acabas de dar lo que necesitaba. Muchas gracias. Vamos juntos hasta la meta". Hemos corrido y le he preguntado cómo iba él mientras yo corría como hacía ya muchos kilómetros que no lo hacía. "Tengo los gemelos cargadísimos, voy muy jodido también" me responde y le digo "Tranquilo, vamos a acabar esto juntos sí o sí".
Curiosamente en el momento en que me ha dicho que iba mal mi malestar ha desaparecido, es algo que no es la primera vez que me pasa, cuando un compañero va mal antepongo el ayudarle a mi propio malestar. Y así ha sido, he estado tirando de él, animándole y diciéndole que lo íbamos a hacer, que estábamos juntos y que juntos íbamos a acabar. Hemos corrido fuerte, todo lo fuerte que se puede correr con 40 kilómetros en las piernas y, aunque ahora era yo el que iba delante de él, no he dejado de mirar hacia atrás para que mi recién compañero no se separase mucho de mí y pudiera seguir enganchado a mí. Hemos entrado en El Retiro y hemos seguido al ritmo que llevábamos hasta allí y los dos sabíamos que ya lo habíamos conseguido, que únicamente se trataba de un último esfuerzo y así se lo gritaba. En la marca del kilómetro 42 Luis, que así se llamaba, me dice "Aprieta si quieres, tira que vas muy bien", "No, no, no, tú y yo entramos juntos en meta". Al fondo ya se veía el arco de meta y mientras le gritaba "Eres un tío grande" me he puesto detrás de él para que entrase delante de mí. Sencillamente no quería entrar antes que él puesto que yo estaba ahí con esa energía gracias a él.
Finalmente hemos entrado en 3 horas y 23 minutos, muy por encima del objetivo del plan A, pero muy por debajo del objetivo del plan B y habiendo bajado en 28 minutos mi marca en el maratón. Sin embargo, lo más valioso que me llevo de esta carrera es una vivencia extraordinaria con una de las personas que practicamos este deporte. Luis ha demostrado que a veces las cosas más sencillas y que tan poco cuestan pueden cambiar radicalmente la situación de una persona. Así que ya saben, no se olviden de esas pequeñas cosas que tanto poder tienen.
Ahora toca reflexionar sobre los errores cometidos y aprender de ellos para el próximo reto, disfrutar de lo conseguido hoy, descansar y recuperarse rápidamente para seguir disfrutando de este magnífico deporte que tanto me aporta.