domingo, abril 22, 2012

MAPOMA 2012: Pequeños grandes gestos

Como ya conté en la anterior entrada mi siguiente compromiso era el Maratón Popular de Madrid (comúnmente conocido como MAPOMA) para el que llevaba muchos meses entrenando y hoy ha sido el día. Durante meses he estado entrenando duramente para afrontar esta distancia de 42 kilómetros tan respetada y temida, que a ningún corredor que la afronta deja indiferente, y cumplir mi objetivo. Al principio, antes del Medio Maratón de Madrid, tenía en mente bajar de las 3 horas y 30 minutos, sin embargo, haber acabado los 21k de Madrid en 1 hora y 27 minutos me hizo replantearme mi objetivo y se me metió en la cabeza bajar de 3 horas 15 minutos en la distancia de Filípides.

Quitando que a una semana de la gran cita me surgieron unas molestias en el pie izquierdo, y que me han mantenido en jaque toda la semana, todo parecía estar bien y esta mañana me he plantado en la salida con los deberes hechos y con un plan en mente: bajar de 3:15 haciendo la primera parte de la carrera en 1:35 y la segunda en 1:40. Parecía un buen plan y había calculado los ritmos para que las cosas fueran así teniendo en cuenta los tramos de carrera donde las calles de Madrid se ponen cuesta arriba. Todo parecía que iba a ser un dulce baile con la Dama de Madrid pero la realidad ha sido muy diferente.

La salida ha tenido lugar a las 9 de la mañana y ya habiendo calentado las piernas y habiéndome concentrado en lo que iba a afrontar, me he puesto en el cajón que me correspondía según mi tiempo. Los minutos antes de la salida suelen ser momentos en los que el tiempo parece que se paraliza, se me ha hecho eternos hasta que han dado la salida. Después de haber estado la mitad de la semana parado por las molestias en el pie izquierdo, tenía muchas ganas de correr.

Cuando han dado la salida, al llegar al arco de salida, he comenzado a correr. Al principio he tenido que adelantar muchos corredores, que no se habían colocado correctamente en sus cajones, intentando mantener el ritmo que me había marcado. En estos primeros kilómetros, he adelantado a dos amigos, Cañas y David, este último el catalizador de que empezase en esto del fondo y con quien corrí mi primer maratón el año pasado. Me ha gustado verles y me habría quedado corriendo con ellos de muy buena gana, pero tenía un compromiso que cumplir.

Los primeros 10 kilómetros se me han pasado volando, en concreto en 43 minutos. Ahora, pensándolo en frío, debería haberme dado cuenta de que haciendo los 10 primeros kilómetros en 43 minutos iba camino de hacer el primer medio maratón en menos de 1 hora 30, lo cual era un ritmo bastante fuerte para mi objetivo, sin embargo, iba corriendo cómodo y no he pensando en ningún momento bajar un pistón.

Todo el camino he ido sufriendo las molestias del pie izquierdo que pensé habían desaparecido, sin embargo, aguantar el dolor es algo que se aprende cuando haces carreras de larga distancia, forma parte del juego.

Los siguientes kilómetros han sido un paseo, kilómetros de bajadas por la ciudad de Madrid y yo iba bailando al son de la música que sonaba en mi cabeza: un vals, en concreto el Vals de Amelie:


Estaba disfrutando de correr por Madrid, de atravesar corriendo la calle Fuencarral, de aparecer de repente en Gran Vía, de bajar por la calle Preciados y ser recibido en la Puerta del Sol por una multitud enfervorecida gritando y animándonos a todos los corredores. Hacia el kilómetro 19,5 me esperaban los dos miembros más importantes de mi equipo, mis padres, Manuel y Emilia, que me han inyectado una dosis de energía espectacular cuando he parado a abrazarlos. "Voy muy bien, voy estupendamete", les he dicho y he seguido corriendo enfrentando la ligera subida de la calle Ferraz que me ha obligado a bajar el ritmo. Todo iba sobre ruedas.

He pasado el kilómetro 20 y he mirado el GPS y he visto 1 hora y 26 minutos y he pensado "¡Bien! Llego al medio maratón en 1 hora y 31 minutos" iluso de mí. A lo lejos veía el arco del medio maratón y lo he cruzado, efectivamente, en 1 hora y 31 minutos, sin embargo, tras el arco me esperaba una sorpresa. Nada más cruzar el arco algo en mi interior ha saltado, como un resorte, que me ha hecho pensar: "Algo va mal, algo ha cambiado". No sé, qué ha pasado, no sé realmente si ha sido mental o físico, no lo sé. Lo que sí sé es que desde el kilómetro 21 algo no iba bien, el señor del mazo venía a recordarme que el que la hace la paga. Ahora, en frío, sé qué es lo que no iba bien: me había pasado el plan trazado por el arco del triunfo. Y este ha sido el mayor error de todos, he desfondado en la primera parte de la carrera y lo iba a pagar bien caro en la segunda parte.

La cosa ha ido de mal en peor cuando he entrado en Casa de Campo, los kilómetros se me han hecho eternos mientras echaba cuentas de cuándo podía tomarme los dos geles que llevaba para poder enchufarle al cuerpo un golpe de energía. Es curioso lo que cuesta hacer matemáticas mientras el cuerpo está al límite y mentalmente no estás en tu mejor momento. Finalmente he resuelto que la mejor opción era coger un gel de los que daba la organización y hacer tres tomas antes de meta, aún a sabiendas del riesgo de meterme en el cuerpo un gel que no había probado anteriormente. Era eso o dejar de correr. En este sentido, cuando el globo de 3 horas y 15 minutos me ha adelantado he tenido que pasar del plan A , acabar en menos de ese tiempo, al plan B, simplemente acabar.

Al paso por el kilómetro 32, me he ido repitiendo "Esto es un 10k, esto es un 10k" en voz alta para inyectarme fuerzas para afrontar ese último infierno, sin embargo, ya no había nada que hacer. Ni siquiera ver a mi amigo Jaime me ha animado a pesar de que ha gritado como nunca le había visto gritar (muchas gracias por estar ahí y por tus fotos). Junto a mi estado de total y completa desmotivación y que las energías estaban al mínimo se ha unido que me he chocado de frente con el muro hacia el 33 teniendo que parar repentinamente y caminar. Los siguientes kilómetros se resumen en: intentar correr, sufrir, no encontrar motivación, parar y caminar, ver como me adelantaban corredores que parecían estar frescos como para seguir corriendo 42 kilómetros más. Nada más lejos de la realidad, era sólo que había perdido hacía tiempo la regla para medir y el grandullón de pecho hinchado que salió en la línea de meta ahora era un diminuto individuo que veía que la carrera le había superado, que se había comido los primeros 21 kilómetros muy rápido y ahora se le estaban atragantando.

La Dama me había castigado duramente, no la había respetado y había intentado ir demasiado deprisa olvidando que el maratón es muy exigente y que hay que hacer las cosas bien todo el tiempo. Sin embargo, en el kilómetro 40 se ha apiadado de mí y me ha hecho un regalo que me ha demostrado que los corredores estamos hechos de otra pasta.

A dos kilómetros de la meta, en el último avituallamiento, he cogido una botella de agua y a los 50 metros me he vuelto a parar a caminar, no podía más. Había perdido todo motivo para seguir esforzándome, estaba sufriendo, me dolían las piernas, no tenía ni un ápice de energía en el cuerpo, la lavadora en la cabeza llevaba casi dos horas dando vueltas y yo no tenía claro, a menos de 15 minutos de la meta, que fuera a terminar. Iba bebiendo agua y resoplando cuando he notado una mano en la espalda y una voz que me decía: "ánimo chaval, no queda nada, vamos, vamos, vamos". Ha sido un momento mágico, de nuevo algo en mi cabeza ha hecho click y me han venido de golpe todas las fuerzas de repente. Me he girado para mirar quién era la persona que acababa de inyectarme de esa forma tanta energía. He de decir que en esos momentos no me he fijado mucho pero le he mirado y le he dicho "Tío, me acabas de salvar, me acabas de dar lo que necesitaba. Muchas gracias. Vamos juntos hasta la meta". Hemos corrido y le he preguntado cómo iba él mientras yo corría como hacía ya muchos kilómetros que no lo hacía. "Tengo los gemelos cargadísimos, voy muy jodido también" me responde y le digo "Tranquilo, vamos a acabar esto juntos sí o sí".

Curiosamente en el momento en que me ha dicho que iba mal mi malestar ha desaparecido, es algo que no es la primera vez que me pasa, cuando un compañero va mal antepongo el ayudarle a mi propio malestar. Y así ha sido, he estado tirando de él, animándole y diciéndole que lo íbamos a hacer, que estábamos juntos y que juntos íbamos a acabar. Hemos corrido fuerte, todo lo fuerte que se puede correr con 40 kilómetros en las piernas y, aunque ahora era yo el que iba delante de él, no he dejado de mirar hacia atrás para que mi recién compañero no se separase mucho de mí y pudiera seguir enganchado a mí. Hemos entrado en El Retiro y hemos seguido al ritmo que llevábamos hasta allí y los dos sabíamos que ya lo habíamos conseguido, que únicamente se trataba de un último esfuerzo y así se lo gritaba. En la marca del kilómetro 42 Luis, que así se llamaba, me dice "Aprieta si quieres, tira que vas muy bien", "No, no, no, tú y yo entramos juntos en meta". Al fondo  ya se veía el arco de meta y mientras le gritaba "Eres un tío grande" me he puesto detrás de él para que entrase delante de mí. Sencillamente no quería entrar antes que él puesto que yo estaba ahí con esa energía gracias a él.

Finalmente hemos entrado en 3 horas y 23 minutos, muy por encima del objetivo del plan A, pero muy por debajo del objetivo del plan B y habiendo bajado en 28 minutos mi marca en el maratón. Sin embargo, lo más valioso que me llevo de esta carrera es una vivencia extraordinaria con una de las personas que practicamos este deporte. Luis ha demostrado que a veces las cosas más sencillas y que tan poco cuestan pueden cambiar radicalmente la situación de una persona. Así que ya saben, no se olviden de esas pequeñas cosas que tanto poder tienen.

Ahora toca reflexionar sobre los errores cometidos y aprender de ellos para el próximo reto, disfrutar de lo conseguido hoy, descansar y recuperarse rápidamente para seguir disfrutando de este magnífico deporte que tanto me aporta.

domingo, abril 15, 2012

Compromiso propio

Una de las cosas que más me gustan de esta locura que me ha dado ahora, correr, es que cada vez quieres ir un paso más, siempre un paso más. Sin embargo, con el paso del tiempo y compartiendo esta pasión conoces a muchísima gente que está en la misma onda que tú, gente con ese ansia por mejorar, esa necesidad imperante por conseguir un nuevo logro.

Una de las partes más bonitas es que en ese camino por mejorar, cada uno de nosotros adquirimos compromisos con nosotros mismos, sin presión por ningún agente externo, un compromiso que nace de nosotros mismos. En los procesos de coaching se facilita al coachee a que de él mismo surja el deseo de comprometerse y, puesto que este compromiso surge voluntariamente, es algo que se luchará por cumplir con todas las fuerzas. En esto del running popular, no hace falta facilitador, muchos de nosotros nos autocomprometernos a ir un paso más allá del que pensamos es nuestro límite.

Habrá quien se está preguntando a qué viene tanta reflexión sobre el compromiso propio (o compropiomiso como se me ha ocurrido llamarlo). Esto es debido a que nuevamente, en la búsqueda de mis límites, el próximo domingo vuelvo a encararme con la distancia madre del atletismo, la Dama, los 42k, el maratón.

Un año después, vuelvo a retarme en esta distancia tan bonita y a la vez tan respetada por todos los corredores, y después de tantas experiencias vividas calzando las zapatillas durante el último año y después de haber conseguido ir un paso más allá en los 10k y en el medio maratón, me pondré sobre la línea de salida el próximo domingo para afrontar mi segundo maratón, en Madrid, el que dicen (no puedo opinar comparándolo con otros porque sólo he corrido uno y fue también en Madrid) es un maratón urbano realmente duro. Hace tiempo me comprometí a alcanzar un nuevo límite enfrentándome a este reto y he estado haciendo todo lo necesario para llegar al día del evento con la seguridad de que he cumplido con el compromiso que adquirí conmigo mismo hace ya unos meses. El resultado, da igual. El éxito no se mide en segundos, el éxito se mide en esfuerzo. Y como siempre desde hace algún tiempo en mi vida, por el camino, he disfrutado y he sido feliz sabiendo que estaba haciendo lo que quería hacer para conseguir aquello que quería conseguir dándolo todo de mí en cada instante.

Aunque realmente hoy no he venido a barrer para hablar sobre mi compromiso para con el maratón de Madrid, no. Hoy vengo aquí para brindarles la oportunidad de comprometerse con ustedes mismos en conseguir un reto, no importa cuál, grande o pequeño, físico o intelectual, laboral o personal, lo que quieran. Piensen en aquella cosa que hace tiempo que desean conseguir y defínanlo siguiendo el principio SMART y comprométanse a seguir los pasos necesarios para alcanzarlo y cada cierto tiempo revise en qué medida están alcanzando o está siguiendo los pasos para alcanzar su objetivo. Estudien qué acciones de las que están ejecutando les están acercando a su meta y cuáles les están alejando. Esto le permitirá redirigir su camino hacia lo que desea conseguir.

A menudo se dice que las palabras se las lleva el viento así que un buen ejercicio para fortalecer el compromiso es escribirlo en un papel y guardarlo. Además también ayuda comunicar nuestros objetivos a la gente que nos rodea para que la pequeña presión social que el grupo pueda ejercer hacia nosotros, pueda ayudarnos a seguir luchando por conseguir nuestros objetivos, así que si lo creen conveniente, coméntenlo con su familia, amigos, compañeros de trabajo o su pareja.

Todo aquello que se necesita para alcanzar sus metas está en nuestro interior, sólo debemos dejar salir la fuerza que dentro de todos hay para ir un paso más, siempre un paso más.

lunes, abril 02, 2012

21 kilómetros no es el límite

Yo hace ya algún tiempo que sabía que mi límite no era correr 21 kilómetros. Hoy corría yo mi séptimo medio maratón y tenía la férrea intención de asaltar el crono de nuevo. He de reconocer que en esta ocasión he jugado con dos objetivos: el público y el privado. El público era bajar de 1:30 y el privado de 1:28. El motivo de esto no ha sido, ni mucho menos, el miedo a no conseguir el objetivo y quedar mal delante de mis familiares y amigos, ya que hace mucho tiempo que he aprendido que al único que debo retar y superar es siempre a mí mismo y a quien debo rendir cuentas. Era más bien una cuestión de complicidad conmigo mismo.

Además de esto, me había propuesto correr lo más fuerte posible los primeros 9 kilómetros de la carrera, que transcurren desde El Retiro hasta Plaza Castilla siendo la mayoría del trazado de subida, y del kilómetro 9 al 21, sencillamente poner en la carrera todo lo que quedaba.

Con todo lo especial que esto era para mí, el día de hoy tenía además una componente emocional añadida y es que varios amigos míos se enfrentaban a los 21 kilómetros por primera vez. Para mí es bonito que alguien intente superarse a sí mismo, que salga de su zona de confort para exponerse a un esfuerzo que no sabe si será capaz de superar. Todos ellos, durante los últimos meses, se han estado preparando duramente para la cita de hoy y según mi punto de vista, todos ya habían tenido éxito en el momento de ponerse en la línea de salida. Por ellos, la carrera de hoy ha sido también muy especial.

He estado con mi amigo Felipe antes de la salida y podía respirar la incertidumbre mientras hablaba con él. Es algo que me ocurre cada vez que pruebo a enfrentarme a una nueva distancia. Me ocurrió con mi primer 10k, con mi primer medio maratón, con mi primer maratón y cuando estaba en la línea de meta de los 100 kilómetros de Madrid - Segovia, aunque cada vez en menor medida por la experiencia y conocimiento de mí mismo que he adquirido en los últimos años. No sabes qué va a ocurrir y eso, en cierta manera, impone respeto.

Mi carrera ha sido dura, muy dura. Mi apuesta fue muy fuerte y desde la salida hasta el kilómetro 9 he ido luchando y apretando el ritmo para cumplir lo que me había propuesto, sin embargo, ninguna acción está exenta de consecuencias. He salido, pegado a la liebre de 1:30, sin embargo, no era mi objetivo así que rápidamente he cogido mi ritmo de carrera. A lo lejos estaba la liebre de 1:25 que ni por asomo era mi objetivo. Esta vez, como lo fue en la anterior, mi carrera era mi carrera y debía correr a mi ritmo.

He ido corriendo muy fuerte, entre 4:00 y 4:10, y poco a poco me he ido aproximando a la liebre de 1:25 hasta que he estado justo detrás de ella y pensando: "qué bien, he cogido a la liebre de 1:25, si mantengo el ritmo puedo incluso bajar de 1:26". Eso me lo he creído durante los siguientes dos kilómetros cuando me he dado cuenta de que, quizá, sólo quizá, estaba yendo demasiado rápido para lo que había planificado y que cabía la posibilidad de que si seguía a ese ritmo no aguantase y tuviese que parar y no conseguir siquiera bajar de 1:30.

En las carreras, como en la vida, ocurre que sólo te das cuenta de las posibles consecuencias de un error cuando éste ya lo has cometido. Hacia el kilómetro 14, la ciudad de Madrid me ha regalado una maravillosa subida donde, sin faltar a su cita en mis carreras, ha aparecido el hombre del mazo a recordarme los 9 primeros kilómetros de carrera. Han sido momentos duros. He tenido que bajar el ritmo y regular para no desgastarme en demasía, aunque el desgaste ya era, entonces, bastante serio.

Del 15 al 18 he mantenido el tipo como bien he podido: aprovechando los llanos y las bajadas para apretar un poco el paso y regulando en las subidas para no quemar demasiados cartuchos ya que el final de la carrera, desde el 18, en especial por la Calle Alfonso XIII, hasta meta es todo subida.

Yo ya me había enfrentado a la cuesta de Alfonso XIII del medio maratón y del maratón de Madrid del año pasado, así que la considero una vieja. Cuando me he enfrentado a la dichosa cuesta no he podido sino acordarme de mi amigo David, con quien corrí ambas dos carreras el año pasado. En el medio maratón, él tiró de mí como un jabato ya que a mí no me quedaba mucho más que poner. Hoy ha sido duro y durante toda la subida me he acordado de aquel momento del año pasado. De nuevo el hombre del mazo no sólo se ha presentado en el 18 para castigarme las piernas sino que esta vez se ha cebado con algo que todo lo puede cuando el cuerpo ya no da para más: la cabeza. El furioso felino con ganas de devorar kilómetros que salió del Retiro volvía hecho un gatito que no tenía fuerzas para luchar contra su cuerpo.

Han sido momentos duros, el cuerpo iba al límite, las fuerzas parecían fallar y sólo restaba poner lo que quedaba de corazón en la carrera. La lucha ha sido extenuante: el cuerpo mandaba continuamente señales a la cabeza y ésta las recibía y asentía: lo sé yo también estoy exhausta. Incluso ha habido momentos en los que he barajado la posibilidad de parar y continuar andando, sin embargo, es en esos momentos en los que el corazón, con unas fuerzas que no se sabe de donde salen, tira de cuerpo y mente para seguir adelante.

Los últimos 2 kilómetros han sido dolorosos, sufridos, extenuantes, hasta el punto de que no he podido apretar el paso ni en los últimos 100 metros. Lo había dado todo desde el principio y no tenía mucho más que poner. Desde el 18 me prohibí mirar el GPS para no forzarme en caso de calcular que no iba a entrar por debajo de 1:28 o de 1:30. Me sentía al límite, me notaba exhausto. Cuando me he ido acercando al arco de meta, donde estaba el reloj oficial de la carrera, he visto lo que estaba a punto de conseguir, a apenas 50 metros de la meta el reloj marcaba 1:27:15 y entonces he sabido que había conseguido mi objetivo. En otras circunstancias, habría apretado al máximo para entrar por debajo de 1:27:30, sin embargo, no había fuerza para un último esfuerzo. Desde el kilómetro 1 había sido todo un último esfuerzo.

Es curioso cómo somos ya que, al terminar la carrera y tras unos segundos de recuperación después de cruzar la línea de meta, he ido rápidamente al ropero a coger mis cosas y, teniendo los gemelos duros como piedras, molestias en las rodillas y tobillos y un cansancio descomunal he salido trotando hacia el Ángel caído para ir hasta el final de la cuesta de Alfonso XIII para intentar engancharme a Felipe y terminar con él, como bien pudiera, sus últimos tres kilómetros. Al terminar parecía que no había fuerzas para más y sin embargo estaba dispuesto a hacer tres kilómetros más para compañar a un amigo. Afortunadamente he estado durante 20 minutos esperando y no he conseguido verle. Digo afortunadamente porque no le he visto por que él ya había pasado cuando yo he llegado, lo que significaba que iba a terminar en un tiempo digno de admiración para ser su primer medio maratón.

En esos 20 minutos, he estado animando a todos y cada uno de los corredores que pasaban por allí. Cada uno con su historia, cada uno superando sus límites, cada uno yendo un paso más, siempre un paso más.

Y es que nuestros límites están más allá de lo que pensamos y que muchas veces somos víctimas de nuestras propias limitaciones.