martes, septiembre 27, 2011

Historias del Camino de Santiago, de Madrid a Segovia (II)

Mataelpino - Navacerrada

He asumido que no puedo seguir corriendo como hasta ahora y ese pensamiento de fracaso que sentí hasta Mataelpino desaparece y me siento más ligero, como si me hubiera quitado un buen peso de encima. "Hay un buen rompepiernas ahí mismo" dice un voluntario sanitario señalando en la dirección por donde tenemos que seguir. Si no puedo correr, ando rápido.

Salimos varios, ahora, marchadores para afrontar el rompepiernas. Efectivamente la subida se las trae pero son apenas 200 metros y después llanea. "Puedo correr" pienso, y corro. Vamos unos cuantos corredores distanciados unos metros unos de otros y en cuanto llanea el terreno me encuentro fuerte y corro a mi ritmo de carrera y los dejo atrás.

Pronto afronto una bajada para coger una trialera que me llevará por una zona muy bonita por la que voy a disfrutar. Al final de la bajada veo una mano que se alza. Es mi amigo David, estaba esperándome en el camino. Con él está su novia Arantxa embarazada de su futura hijita Sara. Me acerco a ellos y le doy un fuerte abrazo a David y a Arantxa y Sara. "Vámonos" me dice David. Nos despedimos de Arantxa y arrancamos a correr.

A David lo conocí en el curso de fotografía avanzada que hice en MadPhoto el año pasado. Un día hablando en clase comenté que corría y me dijo que él también corría. Estuvimos comentando qué carreras habíamos corrido cada uno y hablamos de correr juntos alguna. No pasó mucho tiempo hasta que nos encontramos corriendo juntos un Lunarun, la carrera del agua, el Medio Maratón de Madrid y finalmente el Maratón Popular de Madrid. No habíamos corrido ni 100 kilómetros juntos y el día del maratón me sentí muy a gusto corriendo con él. Cuando corres y vas cansado no se habla y hay que aprender a leer a tu compañero. Sé que vamos a compartir muy buenos momentos juntos dentro y fuera del deporte.

Intenta mantenerme distraído pero el mero hecho de él estar ahí ya ha hecho cambiar mi energía. Voy fresco y corro con fuerza. Caminamos tramos y corremos otros y en uno de esos tramos corriendo me pregunta David: "¿Vas bien?". Le respondo que sí, que me encuentro bien, que estoy muy a gusto. "Es que vamos a 5:30". Miro el GPS y efectivamente voy tirando demasiado fuerte y reducimos el paso, aún faltan muchos kilómetros y hay que guardar energías.

Finalmente caminamos para afrontar la subida a La Barranca y nos juntamos con un hombre. David y él van hablando de carreras mientras yo escucho. "El año pasado estuve en una carrera de 170 kilómetros. Me pasé 44 horas del tirón caminando y corriendo sin dormir". El Gran Trail de Peñalara, 110 kilómetros de montaña con 5010 metros positivos y otros tantos negativos por la sierra Madrileña, para este hombre es algo cotidiano. Yo voy luchando contra mi cabeza porque el avituallamiento no llega a pesar de que llevo el GPS y que podría saber cuánto queda hasta él, pero simplemente no se me ocurre mirar.

Delante de nosotros va un chico algo más bajo que yo, con barba y que lleva una pluma enganchada en el pelo. Su ritmo ha bajado considerablemente y le adelantamos pronto. "¿Cómo vas?" le pregunto. Su gesto lo dice todo.

Por fin llegamos al avituallamiento y los voluntarios están muy atentos de nosotros. Saben que llegamos cansados. La subida a La Barranca es dura y se les agradece, nunca lo suficiente, su gran energía a pesar de pasarse horas y horas bajo el sol y de pie. Bromeo con una chica que está llenando vasos de isotónico y agua mientras sonríe. Yo hago un poco el payaso, como de costumbre, y la chica termina por decir, refiriéndose a mí, "Tan mal no está que si no no estaría con ese ánimo". "El día que corra y no tenga este espíritu dejaré de correr, no tendría sentido" le respondo. El fotógrafo, que por una lesión no ha podido presentarse este año a esta carrera y por eso ha ido como voluntario fotográfico, me saca una foto a la línea que deja mi calcetín que marca el límite entre la parte sucia y morena de mi pierna con la parte limpia y blanquecina de mi tobillo.

David me ve tocado. Sabe que algo no va bien pero intento ocultarlo, pero sé que no es posible, mi cara habla por mí.

Nos vamos del avituallamiento.

Navacerrada - Cercedilla

Arrancamos corriendo bajando por la zona asfaltada. A lo lejos vemos a Arantxa y David me dice "Tengo que quedarme, lo siento". "No tienes nada que sentir" le respondo. Estos kilómetros acompañado por él me han renovado la energía como para llegar a Cercedilla más o menos fresco.

Nos acercamos a Arantxa y le doy un abrazo y un besazo enorme y le doy las gracias por estar ahí. Deben ser las cuatro de la tarde y ni Arantxa ni David han comido. Le doy un abrazo a David y sigo corriendo. David me grita a lo lejos animándome para seguir. Sonrío porque es un tío grande y me alegro de poder compartir estos kilómetros con él.

Vuelvo a mirar hacia delante y a correr. Delante tengo a la pareja que había visto en Manzanares y cuando vamos acercándonos a una cancela que hay que pasar oigo que alguien me grita a lo lejos. Es David que se acerca corriendo hacia mí. Me doy la vuelta y le pregunto qué le pasa, que qué se la ha olvidado. "Nada, que sigo corriendo contigo que Arantxa no me ha dejado montar en el coche me ha dicho que siga corriendo contigo". Me emociono y le doy las gracias.

Volvemos a correr fuerte por las pistas camino a Cercedilla. Recuerdo estos tramos y sé que hasta Cercedilla es casi todo bajada. Nos adelanta un corredor que va a un buen ritmo y pronto le perdemos de vista. No me importa, yo sigo corriendo y eso me da fuerzas a seguir. David ayuda muchísimo porque sigue teniendo mucha energía y eso me da alas.

Nos metemos por una trialera de bajada y nos emocionamos bajando a ritmos que desde luego no tienen nada que ver en una carrera de 100 kilómetros. "A este ritmo nos hacemos el maratón en 3 horas" me grita David mientras bajamos. Yo voy feliz bajando y en la bajada nos quitamos a un corredor. David siempre va pendiente de que yo vaya por la zona limpia para no arriesgar mis tobillos y mis rodillas. Se nota que es un buen corredor, mejor compañero e, infinitamente, mejor persona.

Salimos a una zona asfaltada y ahí se trata únicamente de mantener el ritmo. Es una zona de ligera bajada y a lo lejos tenemos a un corredor. Lo tenemos los dos pero yo lo tengo en el punto de mira. No corro por adelantar corredores, no corro por ganar a nadie más que a mí mismo, sólo deseo llegar antes que yo mismo, esa es la esencia de la superación, pero en este caso se me ha antojado darle caza.

Pronto llegamos a su altura y justo que llegamos a su altura nos metemos de nuevo por una zona rápida de pequeña bajada entre los árboles. Es el chico que había saludado en la salida y con el que había hablado en Mataelpino. Se pone a nuestro ritmo y vamos charlando. Vamos comentando cómo nos encontramos y cómo vamos a afrontar la carrera desde Cercedilla. Termino por decirle: "¿Te parece si nos juntamos y vamos corriendo juntos?". "Si vamos a este ritmo por mí perfecto". Llevamos ritmos similares así que puede estar bien correr junto con alguien desde Cercedilla.

Llegamos a Cercedilla y pronto estamos en el polideportivo donde está el avituallamiento y de nuevo veo a mi padre con la cámara en la mano y gritando. Mi madre está justo en la puerta de las pistas del polideportivo con una pancarta con fotos de mi ángel. "Te doy mis alas para que vueles hacia la meta. Tu ángel Inoue." pone la pancarta acompañada de fotos suyas. Estas cosas no se pueden explicar, no hay palabras para lo que se siente en esos momentos. Estoy realmente emocionado.

Entro en el polideportivo y sello. En Cercedilla hay paella para comer. Son casi las cinco y media y lo único sólido que he comido en todo el día son trozos de fruta. Me sirven un plato de paella mientras me dice el voluntario "Podéis repetir todas las veces que queráis". "Muchas gracias" respondo.

Veo que David está en la puerta con mis padres y salgo a verle. "Dile a Arantxa si puede acercarse hasta aquí que quiero darle un abrazo muy fuerte" le pido a David. Cuando viene le doy un abrazo y le doy las gracias por estar conmigo, porque sé que todavía no ha comido y porque sé que la pequeña criatura que lleva en su interior está sufriendo el mismo estrés que ella. Son los actos de las personas las que hablan de ellas, no las palabras. Me despido de David y me anima.

Termino de comer a duras penas el arroz y el pan y sentado contra una pared, con el chico con el que había apalabrado ir juntos, siento que un dedo del pie izquierdo no debe estar muy bien que digamos. Me quito las zapatillas y veo el aspecto de mis dedos. Necesito pasar por el personal sanitario.

Son tres y están a la sombra de un árbol charlando y en cuanto ven que me acerco rápido me preguntan qué necesito. "Una uña rebelde" les digo. Me meten en la ambulancia y la enfermera me revisa el dedo. Mientras ella mira en qué estado está, el chico habla conmigo. "¿Hacéis esto a menudo? Porque esto requiere mucho entrenamiento". Le explico que esta es la segunda vez que hago esta carrera pero la primera que la hago corriendo y le cuento que llevo dos meses y medio con un entrenamiento muy estricto de 6 días a la semana. Mientras hablamos la enfermera me mira y me dice "Voy a tener que pinchártela". "Adelante, sin miedo, uno ya está acostumbrado." le respondo. A la par el otro chico saca una navaja multiusos y despliega un cuchillo de sierra y dice: "Esta es la mejor solución.". Me río y le respondo: "Dale candela, seguro que me quitas un problema de encima.". Me cura el dedo y me pone gasa y esparadrapo para que no me golpee con la zapatilla. Hoy he aprendido una lección: las zapatillas, aun llevando una talla más grande de lo debido, hay que llevarlas bien atadas y apretadas contra el empeine para que el pie no vaya hacia delante y se golpeen los dedos contra la zapatilla. Mientras me curaban ha asomado la cabeza el chico con el que iba a correr pero le invito a que se vaya porque aún tengo para rato, tengo que cambiarme de calcetines y apañármelos con vaselina. "Si puedo te cojo", le digo.

Me cambio de calcetines y de camiseta y salgo fuera del polideportivo. Hablo con mis padres y me dice mi padre "Ya hasta Segovia no podemos ir a verte". Sé que si pudieran irían a todos y cada uno de los avituallamientos pero ahora toca atravesar la sierra de Madrid a Segovia y transcurre todo por medio de la montaña.

Me despido de ellos, me animan y me desean mucha fuerza. Salgo por la puerta y empiezo a caminar fuerte.
Cercedilla - Calzada Romana

Los primeros veinticinco minutos voy pendiente del GPS porque no parece que coja señal, no sé a qué ritmo voy y quiero intentar alcanzar al chico. Hablo de él en términos genéricos porque con la concentración de la carrera me he olvidado de preguntarle el nombre, lo cual tiene mucho delito porque hasta en los dorsales pone los nombres.

Pasados ese tiempo en el que el GPS no coge señal, recuerdo que lo encendí dentro del polideportivo y como no encontraba señal dejó de buscarla. Toqueteo los botones y en dos minutos estoy midiendo mi paso. A la par desisto de alcanzar a mi no compañero porque debería forzar mucho y no es menester cuando todavía quedan 37 kilómetros por delante.

Tengo delante de mí dos marchadores que suben a un ritmo que me es imposible mantener así que poco a poco se van alejando y les pierdo de vista y camino solo con fuerza. Me cruzo con varias parejas bajando que me animan y un matrimonio y un niño que me mira extrañado.

Me paso los 7,4 kilómetros pensando que no he cogido nada de ropa de abrigo y si me coge la noche, lo cual es seguro que ocurrirá, por la sierra voy a pasar frío. Esa tensión me mantiene andando rápido e intento buscar soluciones. Si mi cuerpo me lo permite, correr es la mejor solución para no quedarme frío, sin embargo, si no puedo mantenerme corriendo puedo quedarme frío al parar. Pongo toda mi capacidad intelectual, la que queda después de casi 70 kilómetros corriendo y andando a trabajar. Finalmente resuelvo que en el próximo avituallamiento pediré una bolsa de basura y en caso de que empiece a hacer frío le haré unos agujeros para la cabeza y los brazos y continuaré con eso. Este truco lo he usado en algunas carreras urbanas para no quedarme frío antes de la salida cuando ya has dejado las cosas en los roperos.

Llego al avituallamiento de la calzada romana y me hago con la bolsa de basura y la guardo en la mochila. Allí parado, mientras descanso, se acerca a nosotros un grupo de hombres y mujeres, con los cincuenta cumplidos, y me pregunta, curiosos, cuántos kilómetros llevamos y hasta donde vamos. Les explico que ese avituallamiento es el kilómetro 70 y que venimos desde Madrid, desde Fuencarral y que vamos hasta Segovia. Sorprendidos por lo que les cuento aún quieren saber si vamos corriendo o andando. Nuevamente les explico que cada uno lo hace como quiere y puede, que para llegar ahí yo he corrido unos 55 kilómetros y que espero poder correr desde el Alto de la Fuenfría a Segovia. Sus caras son un auténtico cuadro. Me alientan y siguen su camino.

En el avituallamiento hay una pareja preguntando al voluntario si ha pasado por allí el dorsal 27. Él lleva una camiseta de La Transvulcania y su pareja concluye que su amigo todavía no ha llegado cuando de repente aparece por allí. Es un argentino que lleva un sistema de geolocalización que va publicando su posición en internet en tiempo real. Se sienta en la silla que hay y dice que tiene rozaduras en los pies. A la cabeza me viene que los sanitarios, en Cercedilla, me dieron unas tiritas por si tenía que colocármelas en el dedo curado y se las ofrezco. Acepta encantado. Su amigo, el corredor de La Transvulcania, comenta "¡Qué compañerismo hay en estas carreras! Es increíble". "Para mí es la esencia del deporte" respondo, a la vez que me dispongo a continuar. "Mucha fuerza" le digo al argentino. Y sigo caminando.

Calzada Romana - Alto de la Fuenfría

La subida se relaja un poco a partir del avituallamiento. El siguiente punto es el Alto de la Fuenfría. Quedan 7 kilómetros y sé que correr se me hace difícil a esas alturas. Pasados pocos minutos desde que salí me adelanta corriendo la pareja del avituallamiento. Les miro subir y me da cierta envidia.

Subo andando pero subo a buen ritmo, no corro pero me encuentro con fuerza mientras camino. A lo lejos veo una mochila roja que pierdo de vista en las curvas, sin embargo, me voy acercando a él. A la par un hombre me adelanta andando con un paso que no comprendo por qué es más rápido que el mío. Cuando el terreno llanea corro de nuevo y le doy alcance. Él andando es más rápido que yo pero yo soy más rápido que él trotando. Jugamos durante unos minutos adelantarnos pero decido continuar caminando en las subidas.

Durante un rato largo sigo viendo al hombre y me fuerzo por seguirle, no por nada sino por buscar una motivación de apretar el ritmo, pero cada vez me saca más distancia. Pronto alcanzamos a otro participante. Es de nuevo el chico de la pluma. Nos hemos ido siguiendo desde Mataelpino y de nuevo nos encontramos. El chico debe tener unos 32 años y, aunque su paso no es el más ágil, lleva un buen ritmo.

Voy controlando la distancia hasta el alto y me doy cuenta de que estoy a apenas 2 kilómetros. En el camino me encuentro con una vaca y saco la cámara y grabo un vídeo. La vaca está pastando tranquilamente orillada a la izquierda del camino. Intento orillarme lo más posible a la derecha para que no se asuste; no sería un buen momento para correr un encierro en plena carrera. Ha debido ver pasar a unos 60 corredores antes que yo así que supongo que esto, a la vaca, no le suena extraño.

Gracias al GPS veo que estoy a punto de llegar y efectivamente, al tomar una curva veo a lo lejos una camiseta amarilla. Es un voluntario. Siempre que las veía cuando sospechaba que ya estaba cerca me daba un alegrón.

Llego al avituallamiento y está el hombre que me ha adelantado pero al instante se va. En este avituallamiento hay agua, isotónico y... ¡magdalenas! Desde luego, no me apetece una magdalena así que echo mano de mi mochila y saco dos barritas de cereales que llevaba por si en algún avituallamiento no había fruta.

Mientras como, me estremezco. Estamos a mucha altitud y no hay nada que pare el viento. Efectivamente, tiemblo de frío. Me resguardo entre el coche y la tienda de campaña que hay montada y termino las dos barritas.

El tener tanto frío me hace reaccionar y decido que voy a hacer la bajada hasta la Cruz de la Gallega corriendo. Me despido de la gente que hay en el avituallamiento y echo a correr.

Alto de la Fuenfría - Cruz de la Gallega

Empiezo despacio para ir entrando en calor poco a poco. En cuando arranco a correr se me pasa el calor, hasta el punto de que arranco a sudar, poco pero algo sudo.

A los pocos metros de empezar a bajar, alcanzo al argentino del sistema de geolocalización que me ve correr y arranca según paso a su lado. Dos zancadas después oigo detrás de mí un gemido. Me giro y le pregunto "¿Estás bien?". Me responde que sí, que creía que podía correr pero no, va a tener que seguir andando. "¿Quieres que me quede contigo? ¿Necesitas algo?" me ofrezco. "No, no, tú sigue, estoy bien". Me giro y mientras arranco a correr le digo "No voy a ir muy rápido, si necesitas algo, pega un grito y subo. También puedes usar el silbato.". Me lo agradece.

La bajada me viene bien porque llevaba ya muchas molestias musculares de tanto tiempo caminando. Aunque la gente no lo crea, andar y correr no son el mismo deporte. De hecho correr no es andar rápido. Me encuentro más cómodo corriendo que andando así que continúo. Bajo rápido sin bloquear la zancada para que las rodillas, tibiales y femoral no sufran demasiado. Lo que duele ahora son los dedos de los pies. Debo tener las uñas echas polvo.

He olvidado avisar a mis padres de cómo voy así que cojo el teléfono y les llamo. Mi madre coge el teléfono asustada y le digo: "Tranquila, estoy bien, sólo quería deciros que he llegado al Alto de la Fuenfría y estoy bajando hasta la Cruz de la Gallega. Voy corriendo y me encuentro muy bien. Todo va sobre ruedas.". En parte es verdad y en parte no. No estoy como si me hubiera pasado las últimas horas tumbado en el sofá pero tampoco he llegado a mi límite. No tengo dolores graves y en la cabeza tengo mi siguiente meta, voy animado y con energía suficiente para afrontar el tramo que me falta.

Por el camino me encuentro con un chaval. Tiene veintiocho años y lleva menos de tres corriendo. Empezó como tanta otras personas empiezan a correr, "Para ponerme un poco en forma", dice. Después de participar en su primera carrera quiso cada vez ir un poco más allá y pronto se encontró participando en carreras de 100 kilómetros. Esta era su tercera carrera de 100 kilómetros y tiene intención de llegar en menos de quince horas. "Cuando corro me siento libre, me vacío hasta el punto de que me encuentro a solas conmigo mismo y puedo verme tal y como soy. Sin prejuicios, sin valores, lo que soy. A la cabeza vienen y van ideas sin que las bloquee. Según vienen, se van. No se quedan mucho tiempo, el justo. Me siento en paz. Correr hace que me sienta vivo. Mucha gente dice que huyo de algo, que tanto correr es porque quiero escapar de algo, pero no es cierto sólo intento encontrarme y sólo cuando corro lo suficientemente rápido o lo suficientemente lejos lo consigo." me explica.

Paso la mitad de la etapa y sigo corriendo, pero empiezo a notar molestias en la rodilla izquierda y en toda la parte delantera de las piernas. Sé que es por la bajada. Soy bajador pero me falta técnica de bajada para ser lo más económico posible y hacer el menos daño posible a las articulaciones. He corrido 8 kilómetros desde el Alto de la Fuenfría, lo cual está muy bien y estoy contento pero es mejor que reserve mis articulaciones para cuando llegue a la Cruz de la Gallega.

Tal y como había hablado con Dani días antes, hacia el kilómetro 85 me tomaría un gel de cafeína. Eso me daría una inyección de energía extra y viveza para afrontar los últimos kilómetros. Me lo tomo y bebo agua. Ya sólo queda esperar a que haga efecto. También me pongo el frontal porque ya no se ve tan bien como hace una hora.

Me adelanta un corredor trotando. "¿Cómo vas?" me pregunta. "No puedo correr cuesta abajo, me molestan las rodillas. A ti te veo fuerte." le respondo. "Sí, quiero bajar de 14 horas." me dice. "Pues dale caña que vas muy bien, no queda nada hasta la Cruz de la Gallega y luego lo demás es puro trámite" le animo a la par que me lo repito a mí mismo. Sigue corriendo y durante unos minutos veo la luz roja parpadeante que llevaba en la mochila enganchada.

Yo simplemente sigo andando.

Pronto llego al avituallamiento. Allí me ponen el sello y bebo agua. Vuelven a tener magdalenas y yo tengo hambre así que vuelvo a rebuscar en mi mochila en busca de más barritas de cereales. Saco la que me queda y me la como. Sentado en una silla, comiendo, llegan varios marchadores y corredores que llegan y a los pocos segundos continúan su camino. Yo sigo sentado. No hay razón para seguir sentado allí pero ahí sigo. "Todo está en la cabeza. Todo está en la cabeza." me repito.

Pronto consigo convencerme de que estar ahí parado no es bueno y salto de la silla para continuar mi camino.

Cruz de la Gallega - Segovia

Enfrento el camino marcado con reflectantes y cinta de balizar andando muy lento. El frontal que llevo no alumbra lo suficiente para ir muy rápido y el terreno no es en absoluto llano.

Nos unimos un señor de unos 52 años y yo en la bajada por este terreno tan desagradecido. Voy pisando torpemente y resbalo por el camino. En este tramo sufro el dolor más doloroso de toda la carrera al dar una patada a una piedra por no levantar los pies lo suficiente. Es un dolor que se proyecta desde el mismo dedo gordo del pie hasta la cadera. Tanto dolor me revela que las uñas de los pies van a ser de las más afectadas cuando llegue a meta.

El hombre me cuenta que su única intención es llegar antes de 15 horas, que sólo quiere llegar a la meta, llamar a su mujer y decirle "Cariño, lo he conseguido". Hablando con él me doy cuenta de que llevo una hora atrasada en el GPS que me prestó Aurelio para la segunda parte de la carrera. Las cuentas que había echado de llegar antes de las 11 de la noche no son factibles. Con suerte llegaré antes de las 12.

Mi compañero de etapa se para a orinar en un momento dado y yo sigo caminando. Salgo de la parte empedrada y entro en una pista ancha que me permite apurar el ritmo. Si quiero llegar antes de las 12 debo ir más rápido. Me obceco en apurar el paso e ir todo lo rápido que puedo ir andando. Ni siquiera me planteo si puedo correr.

En un desvío del camino tomo la dirección que no es y como en 50 metros no veo la marca de confirmación doy la vuelta y veo unas luces por el camino correcto. Retrocedo sobre mis pasos y continúo.

En breve llego a la estación de AVE. Ya estoy cerca. Aquí me alcanza un tipo con bastones y juntos buscamos las marcas que indican el camino. Están en el suelo, es una flecha verde que nos indica ir de frente. Pronto me deja atrás porque va andando pero le falta poco para trotar. En este tramo me adelanta la parejita que había visto en Manzanares y más tarde en Navacerrada. Van trotando, no muy rápido, pero corren.

Yo sigo caminando.

En poco tiempo se ven las luces de la ciudad y eso me anima a seguir luchando. Llevo un par de kilómetros andando sin mucha fuerza. Hay ganas de llegar a la meta. Son muchas horas las que llevo corriendo y andando y parece que las molestias musculares se empiezan a agudizar. Bostezo, varias veces.

Segovia ya está ahí, en un minuto entraré en la zona iluminada de la ciudad y ahí echaré a correr. Quedan poco más de 2 kilómetros y quiero hacerlos corriendo.

Por detrás aparece un señor, de unos 54 años, trotando y me dice "¡Ánimo chaval!". Sus palabras desbloquean algo dentro de mí y arranco a trotar. Pronto le doy caza y cuando piso sobre el asfalto de la ciudad todo lo malo desaparece.

Estoy llegando.

Corro de nuevo como ni al principio del día corrí. Corro con fuerza y con una zancada lo más larga posible que puedo. Delante de mí tengo a un corredor que también corre y se esfuerza porque no le adelante. No tiene nada que hacer ya no son mis piernas las que corren, corro con el corazón. Le alcanzo cuando aún falta algo más de un kilómetro. Se intenta enganchar a mí pero le es imposible. Lo veo detrás de mí y aprieto el paso. No lo hago por ganarle a él, lo hago por ganarme a mí. Este es mi momento.

Dos corredores delante de mí me ven bajar corriendo y arrancan a trotar, pero después de dos zancadas desisten y me preguntan si queda mucho hasta el acueducto. "Quedan 800 metros".

800 metros, pienso, 4 o 5 minutos, calculo. ¿Puedo seguir a este ritmo? No importa, no son las piernas las que galopan, es el corazón el que sobrevuela el asfalto. Corro por las calles de Segovia y me cruzo con jóvenes tomando copas en la puerta de los bares y matrimonios que vuelven a su casa después de dar una vuelta con la fresca. Todos miran sorprendidos.

Me acerco a la calle que da acceso a la plaza del Acueducto. Está hecho. El año pasado por aquí bajaba con Fer, caminando celebrando que éramos los últimos. Este año bajo corriendo a 3:30 minutos el kilómetro con la fuerza de un tarahumara.

Oigo el bullicio de la meta. Oigo a la gente. Oigo la meta. Mi meta. A lo lejos veo a mis padres. Pienso en ellos, en el esfuerzo que han hecho para estar acompañándome en todos los avituallamientos que podían. Pienso que esta carrera es más suya que mía, que sé que han sufrido mucho más que yo mis dolores.

Ya no pienso. Estoy vacío. Estoy conmigo mismo. Soy feliz. Estoy completo. Levanto las manos antes de llegar a la meta y no veo nada, no oigo nada, no siento nada.

Mi madre y mi padre gritan emocionados por el esfuerzo que acabo de terminar. Me ponen el sello de Segovia pero mi meta no está ahí.

Camino hacia mis padres y me abrazo a ellos. "Gracias, muchas gracias". Me quito la medalla conmemorativa de la carrera y se la coloco a mi madre y le quito de las manos la última pancarta que me tienen preparada. Está toda mi familia, mis, como dice mi hermana, mejores fans.

Lo que se siente no se puede expresar con palabras. Está muy dentro del corazón como para materializarlo. Han sido muchos meses de entrenamiento, muchos kilómetros recorridos, muchas horas dedicadas...


Y al final...

PAZ

6 comentarios:

Feliun dijo...

Es increíble el ambiente que se vive en estas pruebas, tanto fuera de ti como dentro de tu cabeza. Los bajones y los subidones.

Una carrera de 100km al final es, bajo mi punto de vista, una metáfora muy rápida de la vida. Y al superarla te haces un poquito más fuerte a la hora de afrontar los problemas cotidianos. Enhorabuena de nuevo, te lo mereces :)

Unknown dijo...

Feliun: efectivamente el ambiente es increíble y como dice el refranero popular lo que no nos mata nos hace más fuertes.

Disfruta y sé feliz.

Alberto Fernández dijo...

Todos juntos leyendo tu entrada y sin saber que escribir, David. Hasta que me di cuenta que todos queriámos compartir contigo lo que habías compartido con nosotros: tus experiencias y sentimientos.

De esta forma, mi padre no deja de sentir una tremenda admiración y respeto por tu gesta. Mi madre no ha podido contener la emoción y te manda un enorme beso. Y mi sobrino nos sorprende con ésto: A la pregunta de mi madre, "¿por qué lo hace?", él responde: "Porque esta contento, mira como ri..."

Hoy me vas a permitir que te copie y te diga, sigue disfrutanto y sigue siendo feliz ;)

Anónimo dijo...

Te he dicho hace unos minutos que me iba a la cama porque había sido un día muy largo, pero no he querido irme sin leer tu relato. Me ha emocionado, me ha conmovido, me ha encantado poder "sentir" lo que tú sentías. Está muy bien escrito, muy detallado y se nota que lo has escrito desde el corazón. Tengo ganas de abrazarte y darte la enhorabuena personalmente. Te quiero. La Tatina.

A do outro lado da xanela dijo...

Menuda excursión! :)

Con el día magnífico que hace, me dan ganas de salir a andar a mí también (lástima tener que trabajar)

Unknown dijo...

Alberto y familia: gracias a todos por vuestras palabras. Lourdes, estas cosas se hacen por disfrutar nada más. ¿Dónde está el placer? En el camino, siempre en el camino. La meta sólo es un punto en el camino. Brais: sonrío porque estou contento, a chegada á meta é moi emocionante e poder compartir ese momento coa miña familia non ten precio. Fidel, a única xesta é superarse a un mesmo cada día, e iso está ó alcance de todo o mundo, é cuestión de querer hacerlo de verdade e poñer os medios necesarios.

Daniel: tu comentario no aparece en el blog (no sé por qué) pero recibí el correo correspondiente. Gracias por tus palabras.

Tatina: gracias por tus palabras, gracias por tu apoyo, gracias por tu amor, gracias por estar siempre, gracias por tu abrazo esta mañana. Te quiero.

A do outro lado da xanela: si algún día hago el camino de Santiago completo y paso por Lugo te paso a recoger y caminamos un rato para dejar atrás por un momento el trabajo.

A todos, gracias por vuestras palabras y apoyo. Esto no tendría sentido si no lo pudiera compartir con la gente que me rodea.

Disfrutad y sed felices.