Eso fue lo que dijiste. Lo hiciste. No lo pensaste.
"Quédate, por favor" me dijiste mientras me agarrabas el brazo evitando que saliera de la habitación. "Quédate sólo un poco más", dijiste mientras las lágrimas inundaban tu cara. "Quédate conmigo" me suplicaste a la par que clavabas tus vidriosos ojos en los míos. "Quédate y hazme el amor" gritaste aún a sabiendas de que cada segundo era un pedazo menos de cada uno de nosotros. "Quédate, no tengas miedo" me suplicaste dulcemente. "Quédate y te amaré" mentiste.
Y me quedé.