viernes, junio 17, 2011

Frases LXXVIV

No existe en ninguna parte del mundo real nada tan bello como las fantasías que alberga quien ha perdido la cordura.
Haruki Murakami (novelista y corredor de fondo)

miércoles, junio 15, 2011

Mi bicicleta nueja ya tiene nombre

Nueja, de nueva + vieja, nueja (gracias Lucía por sacarme de mi error al decir nuevieja). Y sí ya tiene nombre. Hacía algunos días que rondaba el nombre, que la bicicleta me gritaba pero no lo tenía claro. Aunque tenía todo el sentido...

Hoy, después de hacerme 32 kilómetros de entrenamiento (desde Tres Cantos a Pirámides) he tenido que hacer unos recados por Madrid y obviamente, con el maravilloso día que hacía no me iba a meter en el metro. El caso es que bajando por La Castellana, a toda velocidad, esquivando coches, adelantando autobuses y saliendo escopetado cuando se ponían en verde los semáforos, la bicicleta me ha gritado...

- ¡¡¡RAYO!!!

Sí, efectivamente, ese es su nombre, Rayo. Habrá quien diga se esté preguntando por qué y no se quedará su pregunta sin respuesta. El rayo consiste en una descarga electromagnética que se produce, a grandes rasgos y entre otras hipótiesis, cuando se igualan las cargas de las nubes y la tierra. Ese viaje electrostático provoca un haz de luz visible que se llama relámpago, y que tiene una forma muy característica que como ya he dicho me recuerda a mi trayectoria sobre el asfalto esquivando coches y autobuses. Nuevamente alguien pregunta: ¿por qué rayo y no relámpago? Porque el rayo es lo que está por debajo del relámpago, es el causante de él, es lo que está por debajo de este fenómeno atmosférico que tantas veces me ha dejado embobado mirándolo y al que nunca se le hace caso.

Así que ya saben si algún día me ven pedaleando por Madrid ya pueden decir: he visto a David y a Rayo.

lunes, junio 13, 2011

Frases LXXVIII

La vida es como un eco, si no te gusta lo que recibes, ten cuidado con lo que emites.
Lair Ribeiro (cardiólogo e investigador en la Harvard University)

sábado, junio 04, 2011

Tres deportes una pasión

Tras haberme pasado los últimos meses corriendo por el mundo, el cuerpo me pedía un descanso, me pedía un cambio de aires. Efectivamente, es cierto eso que dicen que es casi más dura la recuperación del maratón que el maratón en sí mismo.

Después de acabar el maratón estuve una temporada sin correr, sin poder correr, casi sin querer correr. Físicamente estaba muy resentido de las articulaciones, sobre todo las rodillas, y tenía muchas molestias musculares, así que durante un tiempo no corrí, y no por falta de ganas. Sin embargo, no es ni mucho menos recomendable después de haber entrenado y superado un maratón dejar de hacer deporte porque el cuerpo, y sobre todo el corazón, se puede resentir ya que está metido en una rutina de esfuerzo que no se puede cortar de golpe. De esta forma, la recomendación es seguir practicando deportes de menor impacto para el cuerpo como son el ciclismo y la natación.

Ciclismo, natación, correr... Sí, la cosa estaba clara, lo mejor era entrenar para terminar un triatlon. De las tres disciplinas controlaba dos a un buen nivel así que sólo tenía que esforzarme en controlar la tercera lo suficiente como para poder, al menos, terminar.

En el triatlón existen muchas y diversas distancias (quien quiera conocerlas puede ver más información en la página de la wikipedia dedicada al triatlón) pero yo decidí prepararme para la distancia super-sprint del Triatlón Popular de Madrid: 300 metros nadando, 7,7 kilómetros en bicicleta y 2 kilómetros de carrera a pie.

Para la preparación física que tenía (y tengo) esta distancia tenía dos inconvenientes a superar. El primero, y el más importante, es que llevaba más de cuatro años sin nadar y desde luego no tenía (ni tengo) técnica de natación por lo que soy muy ineficiente nadando. El segundo inconveniente es que al tratarse de distancias tan cortas se trata de carreras muy explosivas y yo, como fondista, no tengo un corazón y músculos habituados a esos esfuerzos. De los dos el segundo era cuestión de mirar el pulsómetro en carrera pero el primero era un inconveniente bastante grande ya que me puse a entrenar a un mes y pocos días del día T (T de triatlón). En cualquier caso, estaba decidido a hacerlo.

En el último mes, y que me perdonen todos los expertos en la materia, he dejado de lado todo sólo por practicar la natación. Eliminé las sesiones de fuerza, los entrenamientos ciclistas y de carrera a pie sólo por nadar, mi objetivo era coger fondo suficiente para afrontar los 300 metros de la prueba. A una semana de la prueba conseguía ya nadar 300 metros muy a duras penas pero los nadaba.


Hoy ha sido el día T y como era de esperar la natación se me ha hecho muy dura. Habrá quien diga: hombre si no has entrenado es normal que se te haya hecho dura. Sí pero no hablo de una dureza física, ha sido dura porque en el instante de saltar al lago de la Casa de Campo desde el pantalán me ha entrado una ansiedad tal que mis ritmos respiratorios no me permitían respirar ni siquiera en cada brazada, así que he tenido que nadar con la cabeza fuera todo el tiempo. El estilo utilizado ha sido el de "nada o te ahogas". Nada más saltar al agua se me han llenado las gafas de agua y he nadado con el ojo izquierdo completamente cerrado porque no había forma de parar sin hundirme para sacar el agua de las gafas.

No estaba entrenado para nadar pero sí tengo fuerza psicológica para afrontar situaciones difíciles así que he intentado utilizarlas. He pensado: bien, estás en el lago de la Casa de Campo nadando, tu ritmo respiratorio es demasiado acelerado por la ansiedad si te tranquilizas podrás nadar tranquilo, sin prisa pero sin pausa... No ha habido manera. He nadado los 300 metros con la cabeza fuera del agua porque en cuanto la metía bajo el agua para nadar con un estilo más depurado me daba por ¡¡¡respirar debajo del agua!!! Imposible. En tres ocasiones he pensado acercarme a las lanchas de los servicios de rescate pero por una u otra razón quería seguir luchando, necesitaba luchar una vez más y así lo he hecho. Me he dedicado simplemente a nadar y brazada tras brazada he llegado al pantalán de nuevo.

Cuando he salido del agua lo primero que he hecho ha sido mirar hacia atrás para ver si era el último pero no, había un nadador más a pocos metros de mí. Es una reacción que no llego a entender ya que no me avergüenza ser el último, de hecho hasta ha llegado a hacerme ilusión ser el último, puesto que mi único rival en mis retos soy yo mismo y ahí siempre soy el primero y el último porque a cada paso que doy me adelanto y me dejo atrás a la vez.

He afrontado la transición con alivio por haber dejado el agua y he pensado: lo malo ya ha pasado, ahora toca disfrutar. He intentado hacer la transición lo más rápido posible, intentando recuperarme para coger la bicicleta con fuerzas. La gente animaba a mi paso y eso siempre ayuda a reponerse.

He llegado a mi caja en la zona de transición he dejado el gorro y las gafas de natación, me he puesto las gafas de sol, el casco, el dorsal, me he calzado las zapatillas con las calas, he cogido la bicicleta y he salido corriendo por la zona enmoquetada hasta el asfalto como poseído por el demonio agarrando la bicicleta por la potencia.

Cuando he oído "arriba, arriba, subiros ya" he pegado un salto sobre la bicicleta, he encajado las calas en los pedales, me he agarrado al centro del manillar, me he encogido sobre la bicicleta y he pensado: es momento de bombear. He afrontado una cuesta al principio, una pequeña bajada y una subida de algo más de un kilómetro después que conozco a la perfección pues las he pedaleado muchas veces. He adelantado a muchísima gente subiendo y alguna menos bajando. De vez en cuando miraba el pulsómetro y los números eran desorbitados. "Son unos minutos" he pensado, "unos minutos de apretón. No pensar sólo pedalear.". Agarrado al manillar como si me lo fueran a robar, he rodado como nunca, apretando en las subidas y apretando en las bajadas.

A lo lejos he visto la zona de la siguiente transición así que he apretado los últimos metros y he apurado la frenada justo antes de la zona azul. He saltado de la bicicleta, literalmente, y he corrido a mi caja para dejar el material ciclista y calzarme las zapatillas de correr. Al dejar la bicicleta he sentido como el gemelo izquierdo se me intentaba subir, pero lo he frenado a tiempo mientras me calzaba las zapatillas con las gomas (lock laces).

Ha llegado el momento de correr y ¿disfrutar? He salido fuerte, muy fuerte, pero las piernas venían de pedalear y el juego de piernas se hacía difícil para dar una zancada larga y relajada así que he optado por una más corta y rápida hasta que el cuerpo se adaptase. He salido a 4:15 el kilómetro, sin embargo, sabía que mantener ese ritmo iba a ser difícil así que he optado por frenar un poco y disfrutar de una agradable carrera a 175 pulsaciones.

Los primeros 600 metros se me han hecho largos, sin embargo, el último kilómetro había recuperado un ritmo respiratorio normal, he optimizado la zancada y he corrido mejor a 4:45. En el tramo de carrera he adelantado a un otro grupo de triatletas y cuando he afrontado la recta de meta he pensado en esprintar pero aunque el cerebro ha mandado la orden a los músculos éstos han hecho caso omiso y se han limitado a apretar ligeramente el ritmo.

A lo lejos se ha asomado el arco de meta y bajo él el crono: 43:50. Por debajo de 45 minutos era mi objetivo secreto. Cruzo el arco y me recibe en la llegada Naroa, una amiga jueza de triatlon que me da la enhorabuena: "has entrado por debajo de 44 y sin contar que las chicas han salido antes". Así que el tiempo oficial debe rondar los 41 minutos.

¿Con qué me quedo de esta experiencia? Sobre todo con las sensaciones, las negativas que son las que te hacen sentir vivo (o a punto de morir según se mire), los malos momentos son los que te ponen al límite y te hacen esforzarte por seguir adelante. Extrañamente son los malos momentos en carrera los que siempre recuerdo, cómo los he afrontado y, sobre todo, cómo los he superado. Me alegra el haber afrontado la parte de natación, que se me ha presentado tan atravesada, con tanta fuerza mental. Me quedo con la lucha contra mi cuerpo, mi cabeza y mi corazón en el agua. Guardaré para siempre la sensación de alivio al pisar el pantalán tras 300 durísimos y ansiosos metros. Me quedo con la certeza de saber que una vez más querer es poder.


Sirva esta crónica de mi primer triatlón como pistoletazo de salida de una temporada de descanso físico y mental de cara a coger fuerzas para el próximo reto.