domingo, julio 18, 2010

Cerrado por vacaciones

Efectivamente, ya llegan las tan esperadas vacaciones de verano. Este año realmente las necesito. Ha sido un año muy intenso en todos los aspectos y llevo tiempo necesitando cambiar de escenario durante un tiempo. Empiezo a entender esa relación amor-odio que mantienen los madrileños con la ciudad. Madrid es una ciudad maravillosa y estoy encantado de vivir aquí, pero a veces la Villa te absorbe energía vital y te deja como cansado, exhausto, falto de ganas.

Este año mis vacaciones van a ser un tanto diferentes. He decidido probar el cicloturismo. Durante los últimos meses he pedaleado muchísimos kilómetros y me he dado cuenta que sólo con la bicicleta, fuerza en las piernas y ganas de llegar lejos se puede ver mucho mundo. 

Pues bien, en los últimos meses, razón por la que he tenido El Rincón un poco sucio, he estado preparando once etapas por la maravillosa Galicia. Once etapas, de unos 90 kilómetros de media, que me permitirán recorrer la cosa gallega desde Pontedeume hasta Baiona, y una pequeña parte de interior: de Santiago a As Pontes y de Baiona a Santiago.

Cada mañana me levantaré, desayunaré y montaré sobre la bicicleta con un único objetivo: pedalear y disfrutar. Así que ya saben, si quieren encontrarme ya saben dónde estoy... no, en la calle melancolía no, en algún lugar de Galicia.

Nos vemos a la vuelta.

jueves, julio 15, 2010

DeOtraManera: las fotos

Los conciertos son algo único que se deben vivir en el momento. Las sensaciones que se transmiten son imposibles de expresar o plasmar. Ni siquiera un vídeo es como estar allí.

Para los que no pudieron ir a ver el regreso de DeOtraManera aquí les dejo unas cuantas fotos que, aunque no transmiten las mismas sensaciones, puede que les pongan los dientes largos para el próximo concierto:

miércoles, julio 14, 2010

Desde mi higuera


Recordando las palabras de Yayo Salva en respuesta a un comentario que dejé en su blog
Fiel Oso: me alegra saber que en tu adolescencia de chico de pueblo también hubo higuera. Lo demás es más o menos común en todos los adolescentes aunque cambie el escenario. Siempre he intuído que tu cerebro dado a la tecnología reservaba al menos un lóbulo sensible a la percepción de la hermosura de las cosas sencillas. Algún día nos las contarás tú también.
y plagiándole el título que encabeza esta entrada quiero compartir las fotografías, que he tomado este fin de semana, del que fue mi destino estival durante casi 22 años.

No se trata de un pueblo con grandes monumentos o una historia remarcable pero es el lugar donde siempre me he sentido agusto. Es el lugar que, por muy pequeño que fuese, siempre he podido recorrer una y otra vez sin cansarme. Y este fin de semana lo he hecho de nuevo.






Además de disfrutar del descanso de un lugar tan especial aproveché para quitarme alguna espinita que tenía clavada.

De pequeño hacíamos una ruta hacia lo que llaman la Cumbre. Subíamos con la única ilusión de llegar arriba, tumbarnos un rato a la sombra, beber agua de la fuente que hay, tirarnos sobre las escobas y bajar. Muchas veces intenté subir hasta la cumbre corriendo y nunca lo conseguí por falta de forma física. Pues bien, este fin de semana esa espina ha desaparecido. El domingo por la mañana me calcé las zapatillas, cogí las ganas de correr y una botellita de agua y hasta allí que me fui. Y a la satisfacción de cumplir un reto hay que sumarle las vistas:


Además tuve la enorme suerte de poder observar a un par de corzos pastando (siento que la foto no sea mejor pero estaba tras una verja y no pude acercarme más sin que los animales huyeran):


Como extra deportivo del viaje me escapé al pueblo de al lado, corriendo para quitarme otra espinita, en el que había estado en un par de ocasiones pero del que no había sacado fotos. Se llama Montemayor del Río y lo más destacable es el castillo.


El resto de fotos están en sus respectivos álbumes: Peñacaballera y Montemayor del Río.

jueves, julio 08, 2010

Dulce noche, agria noche

Aquella mañana se levantó temprano. No tenía nada especial que hacer, como cada día, pero el madrugar se había convertido en una obligación psicológica, esa obsesión por aprovechar el tiempo, la necesidad de creer que se está aprovechando la vida al máximo, una autoimposición de exprimir cada segundo. Madrugar para ducharse, desayunar tranquilamente, disfrutar de las noticias en la radio, asear el dormitorio y, una vez terminadas estas tareas, ver claquetear el segundero del reloj con el paso de cada segundo.

Las agujas marcaban las siete y media y vestido de calle contaba los minutos hasta que el sol asomase por su ventana. Era invierno y tenía un regla estricta: no salir a la calle bajo la oscuridad de la noche. Siempre le había tenido miedo a las tinieblas. Por mucho que hubiera leído a lo largo de los años de la belleza de la noche él no lo encontraba, en absoluto, atractivo. No entendía qué significaba la complicidad de la noche y no se le ocurría qué se podía hacer a esas horas que no se pudiera hacer de día.

Sentado en el tresillo y con las manos entrelazadas hacía luchar sus pulgares uno contra otro cuando miró por la ventana. Las ocho y media. Ya era de día y podía salir a la calle tranquilamente. A duras penas se levantó del sofá con las manos apoyadas en las rodillas emitiendo un pequeño gemido por el esfuerzo que le suponía estirar la espalda. Con los dos primeros pasos apenas avanza. Continuó andando con pasos cada vez más largos hasta llegar a la puerta de casa, cogió las llaves de encima del mueble a la derecha de la puerta y salió.

Cada mañana se acercaba al mercado y compraba lo que iba a comer y cenar ese mismo día. Era una forma de obligarse a salir a la calle todos los días, hiciera frío o hiciera calor, lloviera o hiciese viento, y andar y ver a gente. Sus hijos hacía tiempo que se habían ido a vivir, no lejos de allí, a la gran ciudad, donde las calles se abarrotaban de gente. Marcelino tenía suerte si era capaz de hablar con el carnicero, la pescadera o el frutero.

Con la compra en su bolsa de tela se fue a casa y allí guardó cada cosa en su lugar dentro de la nevera. No eran las once de la mañana cuando de nuevo se encontró sentado frente a la enorme televisión que sus hijos le habían regalado con motivo del apagón analógico. La caja tonta hablaba pero él no escuchaba, no le prestaba atención. Se entretenía haciendo los crucigramas del libro que había comprado el día anterior. Siempre le habían gustado mucho los autodefinidos pero de un tiempo a esa parte se había aficionado a buscar palabras entre el caos de letras.

Un fuerte golpe en la calle le sacó de su concentración. Aprovechando la interrupción fue hasta la cocina para para beber agua. No le gustaba el agua muy fría, así que guardaba una botella de medio litro a medio llenar que rellenaba con agua del gripo cada vez que quería beber. De camino a la cocina vio, en el recibidor, pegada a la pared, la máquina de escribir que un día se encontró en la calle abandonada. Recuerda que la vio de camino al mercado y que a la vuelta no pudo resistirse a la tentación de llevársela a casa. De pequeño siempre quiso tener una pero nunca se la compraron. De vuelta de la cocina y con la sed ya saciada, la cogió, la puso sobre la mesa del comedor y se sentó frente a ella.

Largo rato estuvo mirándola sin tocarla, escrutando si tenía todas las letras. Revisó que el rodillo girase correctamente y que se moviese por el rail para ir de un lado a otro. Todo parecía funcionar correctamente.

Nunca había sido bueno escribiendo. En el colegio nunca destacó por sus dotes oratorias o narrativas, las matemáticas tampoco habían sido su fuerte, la historia le aburría. Mostró interés por la geografía pero sólo porque quería viajar alrededor del mundo cuando fuese mayor. Y allí estaba él, frente a las teclas sin saber qué hacer. Sus manos, una a cada lado de la Olivetti, estaban inmóviles y sin intención aparente de acercarse a teclear.

No se dio cuenta del tiempo que estuvo parado mirándola pero cuando parecía que se iba a levantar para alejarse de ella acercó su dedo índice estirado de la mano derecha al teclado. Sobrevoló el teclado cual buitre en busca de su víctima. La L fue la primera letra. La tecla se incrustó sobre el rodillo y fue cuando se dio cuenta de que no tenía papel.

Hacía unas semanas habían estado sus nietos en casa pintarrajeando sobre papeles en blanco y los habían dejado en los cajones del armario frente a la puerta de la entrada. Se apresuró a cogerlos y puso uno en la máquina.

Volvió a teclear la L. De nuevo el dedo índice oteó el mar de letras hasta encontrar la O. Aquello parecía que iba hacia delante. Pulsó la barra espaciadora. La Q, la U, la E, ...

... a continuación voy a contarte es lo que se cuece tras el ocaso del Sol. La noche es el momento en que la mayoría de la gente duerme, las mentes están apagadas, sólo respiran, no piensan, no actúan, no pueden hacer daño. La otra parte de la gente, la que vive en la noche son los que hacen de éste momento del día tan místico. Trabajadores de servicios sanitarias, servicios de limpieza, autoridades, taxistas, putas, drogadictos, jóvenes borrachos, viejos borrachos, extraños individuos que disfrutan paseando bajo la luz de las farolas. Todo un submundo digno de admirar y disfrutar.


Continuó escribiendo sin siquiera pensar lo que hacía. No era él quien escogía las teclas era la máquina la que se las dictaba. El impulso del cacharro le obligaba a pulsar las teclas una tras otra.


El misticismo de la noche viene de la oscuridad. Con la ausencia de luz se crea un halo de complicidad que atrae, que engancha. Es el silencio lo que embelesa, es esa ausencia de mundanal ruido lo que cautiva.


Sus manos volaban sobre las teclas. Sus dedos se habían convertido en una rapaz capaz de localizar y aplastar su presa en fracciones de segundo. Una tecla seguida de otra y otra y otra.

Por la noche todo el mundo se esconde, nadie es claro, nadie se muestra como es. De noche nada es lo que parece. Lo blanco es gris, lo gris es negro, lo negro es negro.

Durante un rato estuvo escribiendo. Hojas y hojas, y más hojas. Poseído por el espíritu de la máquina quien parecía tener mucho que decir.

Varias horas después, exhausto, paró de escribir. Sus manos volvieron cada una a un lado de la máquina y nuevamente se quedó mirándola como pidiéndole explicaciones de lo que le había ocurrido. Ella no respondía, no tenía más que decir, todo había quedado escrito sobre los papeles. Papeles que se amontonaban sobre la mesa, frente a la máquina, de forma más o menos ordenada.

Los cogió, los cuadró y se los llevó al sofá y empezó a leer. No recordaba haber escrito todo aquello. Estaba confuso y a la vez se sentía placentero por lo que leía. Aquellas hojas le estaban descubriendo un mundo que, a pesar de rechazar con todas sus fuerzas, le estaba enamorando. Tantas historias se escondían en la noche, tantas sensaciones desconocidas, tantos sentimientos olvidados. Devoró lo escrito y al terminar una extraña sensación recorrió su cuerpo. Sentía el ansia por conocer todo aquello que había leído y escrito de primera mano, pero tenía en su interior un serio conflicto: por un lado la presión por el miedo y respeto que le daba la noche y por otro las ganas de conocerla que se habían asentado en su corazón.

Largo rato estuvo sentado pensando. Volvía a tener las manos entrelazadas pero sus pulgares ya no jugueteaban entre ellos. Los tenía entre las palmas de las manos como escondidos de lo que fuera estaba ocurriendo. No parecía reaccionar. Se había quedado en un estado catatónico en el que su cabeza volaba en un mar de sentimientos y sensaciones conocidas y desconocidas, pero su cuerpo no reaccionaba, no parecía tener vida.

Durante un rato nada pasó por su cabeza y pareció como si el cuerpo se moviese sin hacer caso al cerebro. Sus pies se colocaban uno delante de otro y el cuerpo le seguía. No pensaba, sólo caminaba. Hacia la puerta primero, hasta el portal, después y a la calle finalmente.

Ya era de noche y sólo la leve luz de las farolas de la calle iluminaba los coches aparcados, la acera, los cubos de basura. Sentía miedo, ahí plantado frente a la puerta de la calle, con las manos en los bolsillos. Temblaba, sensación provocada a medias por el frío y por el miedo. Su mente estaba en blanco y su cuerpo se movió. Anduvo. Los pies iban a su ritmo, sin seguir un rumbo definido, sólo caminaban. Sus ojos iban de un lado al otro de la calle en busca de cosas nuevas que ver, cosas que jamás olvidaría, algo que nunca antes y nunca más volvería a ver.

Primero caminó la calle de su casa, luego la perpendicular, llegó hasta el centro y continuó caminando. No iba a ninguna parte, sólo se dejaba llevar. Ya nada temía. Disfrutaba viendo lo que se cocía de noche. Jamás se habría imaginado todo el movimiento que hay por la noche. Todo lo que había escrito y leído se quedaba corto con el cúmulo de sensaciones que le provocaba estar caminando bajo el manto, invisible por la contaminación lumínica, de estrellas.

Toda la noche estuvo caminando hasta que se encontró de nuevo frente a la puerta de casa. Era un hombre nuevo. Algo había cambiado en su interior. Había vivido una experiencia, que aunque le cogió algo mayor, apreció enormemente. Aquel día no durmió y de hecho continuó con su rutina de cada día. Pero al llegar la hora de dormir, la hora en que las luces se encencían en la calle, al llegar la noche, no podía dormir, no quería dormir. En silenció se sentó frente a la máquina de escribir y siguiendo el mismo ritual del día anterior se puso a teclear la máquina.

Noche tras noche escribió, sin pensar, sólo tecleaba. Dejaba que sus manos volasen sobre el teclado, vomitando palabras, disfrutando de su bulimia literaria, rellenando hojas y hojas de historias.

Eso es lo que le pasó a Marcelino. Dejó de sentirse solo, consolado porque en la noche la compañía es la soledad, el sonido es el silencio y el color es la ausencia.

martes, julio 06, 2010

Diccionario barrido (XIV)

ahíto/a,
  1. adj. Que padece alguna indigestión o empacho.
  2. adj. Saciado, harto. U. t. en sent. fig.
  3. adj. Cansado o fastidiado de alguien o algo.
  4. adj. ant. Quieto, permanente en su lugar.
  5. m. Indigestión, empacho.
Viene siendo básicamente lo que le pasó al hermano de la novia en la última boda en la que estuvieron en la que se comió lo suyo y lo de todos los que estaban a su alrededor, terminó ahíto.

    lunes, julio 05, 2010

    El regreso DeOtraManera

    W: ¡Ey, Jol!
    J: ¡Alabulie, Wal!
    W: ¡Vaya veranito! Esto parece Inglaterra, ora llueve ora hace cien grados.
    J: ¡Puf! Ya te cuento.
    W: Se me ocurre que podríamos hacer algún plan, ¿no?
    J: ¿Para cuándo?
    W: Déjame que revise la agenda.
    J: ¡Wal! ¿Agenda? ¿Tienes agenda?
    W: Claro, ¿tú no?
    J: No, no soy un hombre tan ocupado.
    W: Yo tampoco, de hecho mira, está todo vacío.
    J: Wal, ¿si no tienes compromisos para qué tienes una agenda? Es ridículo.
    W: No los tengo pero si los tuviera no tendría donde apuntarlos, se me podría olvidar.
    J: Entiendo... ¿Cuánto tiempo llevas con esa agenda?
    W: Hablábamos de hacer algún plan, ¿vale?
    J: De acuerdo.
    W: Voy a buscar. A ver qué dice jungle: cosas molonas para hacer en Madrid esta semana.
    J: ¿Qué te dice jungle?
    W: Mmm... no hay nada intersante... U2 en los jardines del Sabatini, ACDC en el Paseo de coches del Retiro, Milli Vanilli en el Congresos de los Diputados, Los Beatles frente al Tragabolas en la Puerta del Sol...
    J: ¡Bah! Nada interesante. Intenta buscar en jungle DeOtraManera.
    W: ¿Cómo? No empieces con tus tonterías de buscar con tus cosas raras. Que si no sé buscar, que si tú tienes estudios...
    J: Wal.
    W: ... que si tú encuentras mejor las cosas...
    J: Wal.
    W: ... que si yo soy un unútil...
    J: ¡Wal!
    W: ... que si la abuela fuma...
    J: ¡¡Wal!!
    W: ... que si deja las colillas y los condones usados en el pasillo...
    J: ¡¡¡WALFRED!!!
    W: ¡Ey! ¡Ey! ¡Ey! Oye, relaja, ¿vale? Que estás muy tenso, ¿de acuerdo? Así no vas a vivir mucho tiempo.
    J: Ejem... te decía que busques DeOtraManera el grupo de música.
    W: ¡Ah! Pues haberlo dicho antes.
    J: Entremos en su página del libro facial.
    W: ¡Oh, dios mío! Estamos de suerte Jol.
    J: ¿Por qué?
    W: Tío, tío, tío, tío. ¡Han sacado un nuevo EP!
    J: Sigue, sigue. ¡Qué más!
    W: Van a dar un concierto.
    J: ¡Oh, sí, Wal! ¡No pares!
    W: El jueves 8 de julio en la Sala La Sal, por 7€.
    J: Mmmm... ¡Si paras te mato!
    W: Además de tocar DeOtraManera también toca Iryna y su banda.
    J: ¡Dime más! ¡Dime más!
    W: De aquí al jueves podemos escucharlos descargándonos su EP de la internet.
    J: ¡Ooooohhh! ¡Sí! ¡Yeah! ¡Fuiiiiii! ¡Auuuuuuuuuuuuuuu!
    ...
    ...
    W: ¿vamos?
    J: vale.

    domingo, julio 04, 2010

    Querer es poder

    Creo que a lo largo de toda mi vida he oído esa frase: querer es poder. La he escuchado hasta la saciedad cuando decía: no sé si puedo, la respuesta inmediata solía ser: si quieres puedes. Durante mucho tiempo creí que no era cierto.

    De un tiempo a esta parte empiezo a pensar que que querer es poder, pero con matices. Querer significa tener un deseo de que algo ocurra, sin embargo, no por el mero hecho de querer va a ocurrir. Querer significa que pondremos todos nuestros medios para que algo que nos planteemos ocurra y hete aquí donde viene el matiz. Algo que nos planteemos dentro de nuestros límites.

    Eso es lo que no se dice, querer es poder, dentro de nuestros límites. Habrá quién esté pensando: quiero volar y no puedo. Falso, puedes, dentro de tus límites. No puedes volar sin ningún artificio, pero puedes volar si te preparas unas alas.

    El problema es que no exploramos nuestros límites y curiosamente están mucho más allá de lo que pensamos.

    El caso que me trae hoy aquí es deportivo pero lo he comprobado en mi vida profesional. Cuando era pequeño apenas podía correr más de 100 metros sin estar jadeando a punto del desmayo. Hoy he salido a correr y han sido 16 kilómetros en 1 hora 45 minutos lo que he cumplido.

    La ruta:


    Ver Vuelta a la casa de campo en un mapa más grande

    Incluso cuando el año pasado corrí la carrera BBVA, 10 kilómetros, la media maratón me parecía una locura. Hoy me parece un hito alcanzable e incluso superable, no exento de trabajo de preparación, esfuerzo y sacrificio. Y quién sabe si en octubre no lo vuelvo a intentar en otra 100 en 24. Lo sé últimamente en el blog, sólo hablo de deporte pero es que estoy explorando mucho esa faceta del mundo y estoy descubriendo el placer que supone imponerse retos, trabajar para cumplirlos y conseguir que se cumplan. Y sobre todo disfrutar del camino más que del fin.

    Exploren sus límites y podrán decir eso de: querer es poder.