- ¡Ay, hija mía! ¿Qué preguntas me haces? ¿Qué es una muesca? Veamos a ver cómo te lo explico yo. Mira, pequeña, una muesca es un agujero que se hace en una cosa para que otra encaje en él.
- ¿Como cuando haces un agujero en la pared para poner un cuadro?
- No, exactamente. Esto va a ser difícil. A ver, déjame que piense. ¿Sabes el árbol que hay en el camino que pasa frente a la puerta de casa?
- ¿Al que le tuvieron que cotar un trozo para poder pasar la verja?
- Ese mismo. Hay veces en la vida en las que hay que quitar un trozo a algo para que otra pieza ocupe el lugar que ese trozo deja. ¿Entiendes?
- Entiendo.
La niña se queda reflexiva durante unos instantes. Mira al abuelo a los ojos. En sus ojos se intuyen unos brillos que no pueden salir, que no dejan salir, que no pudieron salir, que no quieren salir. La niña vuelve a agachar la cabeza y durante unos segundos continúa callada para espetarle al abuelo de nuevo una pregunta.
- ¿Y le pasa lo mismo a las personas?
- Sobre todo a las personas, cariño.
En ese instante los brillos rompen las barreras y salen a la luz. El mar que tenía prisionero afloró y las lágrimas corrieron por sus mejillas.
- ¿Por qué lloras, abuelo? ¿Te duele algo? Me estoy poniendo triste yo también.
- Lloro porque he recordado muchas de las muescas que me ha hecho la vida.
- ¿Y duele abuelo?
- Físicamente no. En ese sentido las muescas que nos provoca la vida, no son dolorosas. Lo que duele es el alma.
- ¿Qué es alma?
- Otro día hablamos de eso en profundidad pero alma es lo que se lleva por dentro.
- ¿Las tripas?
- Más adentro.
- ¿Qué hay más adentro que las tripas?
- El alma, querida, el alma. Donde no llegan las espadas, donde no llegan los puñales, donde el daño sólo se puede hacer hiriendo el corazón.
- No te entiendo abuelo.
- ¿Recuerdas cuando la semana pasada perdiste tu peluche favorito?
- Sí, ¡jo! Me dio mucha pena.- La niña hizo un puchero.- Quería mucho a ese peluche.
- Lo sé y ¿te dolía algo?
- No sé.
- ¿Te dolía la barriga?
- No.
- ¿Te dolía la cabeza?
- No.
- ¿Te dolían las manos o los pies? ¿Los pulmones, la garganta, la nariz?
- No, no me dolía nada.
- Sin embargo, te dolía algo, ¿verdad?
- Sí. Sentía el pecho como si tuviera piedras encima de él.
- ¿Y qué pasó cuando te traje el peluche del conejito blanco?
- ¡Me puse muy contenta! Me encanta mi peluche blanco.
- ¿Ves? Eso es una muesca. La vida hizo un pequeño agujero pero luego se rellenó con otra cosa. Y la vida sigue, ¿verdad?
- Sí. Pero me sigo acordando de mi otro peluche, me da pena.
- Es cuestión de tiempo que dejes de echarlo de menos, es cuestión de tiempo que la muesca se cierre y el hueco sea cubierto totalmente por tu nuevo peluche.
- ¿Y tienes muchas muescas tú abuelo?
- Las justas para poder afirmar firmemente que he vivido la vida apasionadamente, las justas.
- ¿Entonces para vivir hay que sufrir muescas?
- Es parte de la vida. Es otro aliño del día a día. No todo puede ser caramelo. Hay experiencias más dulces, las hay picantes, las hay saladas y luego están las amargas.
- Me encanta el dulce.
- Cierto, ¿pero a que si sólo tomases caramelo te aburrirías de él?
- Un poco. Me gusta lo salado también.
- Así es la vida, hija mía. Además, todo sabor amargo tiene uno dulce asociado. A veces la amargura nos oculta el sabor dulce que disfrutamos en su día, no hay que olvidarlo. Olvidar lo dulce haría que la vida fuera amarga.