Esta historia me la contó hace tiempo un señor con el que coincidí en un viaje en autobús. Era un hombre mayor, de unos setenta y cinco años. Seguro que había tenido una vida fructífera y que había disfrutado mucho de ella, pero entonces ya era un pobre viejo triste y amargado.
Reconozco que al principio, cuando el viejo empezó a hablarme, intenté hacerme el loco. Pensé que estaría todo el viaje contándome batallitas de su vida y que no me dejaría tranquilo hasta que nos bajásemos del autobús. Me contó que se llamaba Aurelio y que iba a ver a un muy buen amigo a Asturias, un viejo amigo de la universidad al que no había visto desde que ambos acabaron la carrera.
Las historias no eran muy diferentes a todas aquellas que hemos vivido todos en nuestros años de universidad: diversión, locuras, muchas horas de estudio y descubrimiento del mundo. Sin embargo, un momento se quedó callado y con la mirada perdida al frente, en la carretera. Me quedé atónito mirándole intentando imaginar qué estaría pasando por su cabeza, esa cabeza llena de recuerdos, vivencias, sapiencia y, quizá, cierta locura.
El mundo no está carente de cierte ironía porque cuando mi interés por aquel hombre estaba en niveles negativos, me espetó:
- ¿Alguna vez te ha hablado una fruta? ¿Alguna vez has hecho realidad los deseos de alguien?
Parálisis. Quería pensar y no podía. Quería dejar de mirerle y no podía. Quería no sentir curiosidad y no podía. Quería no saber y no podía.
- No -respondí.
Suspiró.
- El otro día, al levantarme, fui a la cocina y me puse un café. Me acerqué al frutero y cogí dos naranjas y una pera. Pelé las dos naranjas y con calma me las fui comiendo. Me gusta mucho comer fruta por la mañana. Hace que el resto del día me sienta ligero y con energías. Además la vitamina C de las naranjas me ayuda a no constiparme tan a menudo...
- Pero -le corto- ¿se comió la pera?
- ¡Ay, amigo! La pera tiene historia.
- Cuénteme -casi suplicante.
- El caso es que cuando la iba a pelar oí una voz gritando que decía "no, no, espera espera". Miré alrededor confuso. Vivo solo así que nadie podía estar hablándome. Volví a intentar a pelar la pera y volví a escuchar una voz que gritaba "¿es que no me has oído?". Demonios, era la pera la que me estaba hablando. Salí de la cocina y me fui al baño, me refresqué la cara, las manos, las muñecas, respiré hondo y volví a la cocina a seguir tranquilamente comiéndome una pera. Me planté frente a la encimara con las manos sobre ella. Entre mis manos la pera y el cuchillo. ¿Me estaría volviendo loco?
- ¿Volvió a hablar? -pregunté.
- Desde luego que sí. Extrañamente tenía acento argentino y me dijo que antes de comérmela tenía un deseo. Esto me desubicó un poco. Ciertamente era la primera vez que hablaba con una fruta, al menos con una pera de agua.
- ¿Un deseo? -pregunté con ansias de saber.
- Sí, un deseo. Me dijo "este, bueno, pelotudo, antes de que me comás me gustaría que me concedieses un deseo, che. Desde que me caí del árbol he querido ser un melón". "¿Un melón?", pregunté, "¿qué quieres que yo haga por ti?". "Verás, sé que no soy un melón, que soy una pera, pero podrías comérseme como si yo fuera un melón. ¿Sabes cómo se come un melón?". "Sí", respondí. "¿Entonces, qué? ¿Me harás este favor?". "Por supuesto, no tengo nada que perder", le respondí. Así que a ello me puse. Le quité el culo y la cabeza y fui sacando rodajas de la pera, quitando la cáscara y comíendomelo poco a poco. Cáscara y no piel, comiéndomelo y no comíendomela porque decidí que aquel día desayuné dos naranjas y un melón. Cuando hube terminado me tomé el café y salí a pasear, como si nada.
El viaje desde entonces fue silencioso, ninguno de los dos dijo ninguna palabra. Nos bajamos del autobús,. Nos miramos. Nos alejamos.
¿Que por qué les cuento esta historia? Para que como yo tengan en cuenta la moraleja de esta historia. Ya saben, la moraleja. Cada vez que como una pera recuerdo: las peras hablan con acento argentino.