miércoles, diciembre 21, 2005

¡Oh, princesa! (VII)

Se despierta y todo está oscuro. Sabe que hay alguien en la habitación, nota la presencia. Aguanta la respiración y afina el oído para intentar adivinar dónde se encuentra el intruso. Está en el otro extremo de la habitación. Con extremo sigilo se levanta del colchón consiguiendo no hacer ningún ruído con el listón en la mano como arma. Oye la respiración leve de alguien. Suena tranquila.

Está pegada a la pared al lado del colchón cuando de repente se enciende la luz. En el otro extremo de la habitación se ve una persona. Zapatillas de deporte, chandal azul y chaqueta blanca. Tiene las manos pegadas al cuerpo y un pasamontañas que sólo deja ver los ojos, oscuros. Sin pensarlo un momento se lanza contra el intruso con la madera asida con las dos manos. Se acerca bruscamente y el visitante anónimo intenta esquivar el ataque pero sus pies se encuentran atados y cae al suelo. Ella le propina tal golpe que hace que caiga al suelo redondo. Parece que lo haya reducido.

La respiración se le calma una vez que el peligro ha pasado y se agacha para quitar la máscara que tapa la cara del personaje. Tras ella aparece la cara de un jóven de unos veinte años con ojos negros, pelo moreno y liso y una nariz de perfil griego. Está amordazado con celofán marrón. Comprueba que aún respira.

Con gran esfuerzo por el peso muerto que supone el cuerpo del chico lo lleva hasta la habitación del armario y lo coloca apoyado en la puerta de en frente. Se queda un rato en la puerta del armario pensativa y pasado apenas un minuto va hasta la mesa que se encuentra dada la vuelta en el suelo y la coloca en su posición. La empuja hasta que ésta se encuentra enfrente del quicio de la puerta del armario. Tapa el ancho de la puerta y un poco más de forma que sirve como obstáculo difícil de franquear para alguien con pies y manos atadas.

Recupera la pata de la silla y se vuelve a sentar en el colchón siempre mirando hacia la puerta del armario por si el inconsciente se despertara e intentase atacarla.

Podría matarlo. Si levanto la mesa por un extremo y la dejo caer sobre su cuello seguro que se parte y lo mato. ¿Por qué no? Seguro que es él quien me ha metido aquí y esto lo ha hecho para reírse más de mi. Sin embargo, si él es quién me ha metido aquí sólo él puede sacarme, por lo tanto, lo necesito vivo.

Se levanta de nuevo y se acerca a la mesa. Desde fuera observa el interior de la habitación. El cuerpo sigue en la posición en que lo dejó, la espalda algo apoyada sobre la puerta, la cabeza agachada con la barbilla pegada al pecho, una pierna estirada y la otra se que cruza por debajo de la otra. De pie, observando al individuo, se queda pensativa...


1 comentario:

Alberto Fernández dijo...

La princesa parece una mujer de armas tomar, jejejej, las primeras impresiones no son siempre las que parecen.
Espero que en Navidades, aunque todo el mundo esté de vacaciones, no nos quedemos sin nuestra dosis de relato, pues esperamos ansiosos cada nueva entrega. A seguir dándole campeón...
Un saludo desde A Coruña.