domingo, noviembre 06, 2005

El cruel destino

Quizá lleguen días mejores o quizá no. Aquella mañana todo el mundo caminaba por el pasillo con la mirada pegada al suelo. Los soldados hacían pasillo para que los presos pasaran de un ala al otro del recinto. La carcel, el trullo, el talego, el meco, la jaula. Había ciento veinticinco presos en el ala A de la prisión.

Había de todo: asesinos, violadores, maltratadores, ladrones a gran escala. Lo peor de cada casa. Eran tratados como verdadera escoria. Todos allí eran iguales; vestidos con el mismo traje, las mismas botas y el mismo corte de pelo. Su número de preso tatuado en la nuca para que jamás se les olvide lo que fueron y lo que son: pura mierda.

En el ala B de la prisión estaba Mariano. Mariano había ido a prisión por robar un banco empuñando una pistola. Entró en el banco con un pasamontañas en la cabeza y apuntanto al guarda de seguridad. Se acercó al mostrador y apuntó al cajero obligándole a abrir la caja fuerte. Como la caja era de apertura retardada tuvo que retener a todo el mundo dentro de la sucursal durante el tiempo que tardó en abrirse la caja. Cuando hubo recogido el dinero y se iba a ir la policía ya estaba fuera. La había cagado. Cogió a una niña que estaba tumbada en el suelo y la arrastró hasta la puerta. Se cubrió con ella para salir del banco. No había tiradores en las ventanas ni en las azoteas. Se acercó al coche y cuando entró se le disparó la pistola. La cabeza de la niña se vio atravesada por el acero. Se echó las manos a la acabeza y se quedó paralizado. Dos segundos después tenía encima a doce agentes dándole una gran paliza. Atracao a mano armada, secuestro y homicidio involuntario. Cadena perpetua. Su vida perdida por un mal día.

Había perdido el trabajo y tenía muchas deudas. Lo iban a desahuciar del piso. Un grupo de delincuentes traficantes de droga lo querían por una deuda de varios centenares de gramos de cocaína. Todo iba de mal en peor. Así que atracó el banco. No le salió como espraba.

Su mujer le había dejado varios meses antes y la cosa había degenerado. Se había llevado al su hija, que él tanto amaba. No sabía dónde. Habían desaparecido del mapa. Empezó a jugar, a drogarse y a beber. Tenía todos los vicio. Iba a pubs de alterne a follar con niñas de apenas quince años.

Con su mujer todo iba bien hasta poco después de caserse cuando ella empezó a cambiar, a comportarse de manera extraña. Nunca antes había fumado y al mes de casarse empezó a fumar; varias cajetillas al día. La casa apestaba a tabaco y la niña tenía problemas respiratorios. Nada más llegar a casa Mariano le decía que abriera todas las ventanas que no tenía porque aguantar el olor a tabaco, que cualquier día iba a salir ardiendo ella misma.

Uno de esos días ella entendió esa frase como una amenaza y le dio tal paliza que él quedó tirado en el suelo del pasillo sangrando de forma que casi muere.

La había conocido en una discoteca un día que salió de cena con la gente del trabajo. Ella estaba en un rincón bailando con un grupo de chicos y chicas y él se acercó a ella. Le preguntó si iba mucho por allí, si estudiaba o si trabajaba. Empezaron a hablar y pronto estaban en la calle en un portal follando como si fuera su último polvo. Aquella noche no sería la primera.

Mariano había sido un niño muy normal. Pasaba desapercibido allá donde fuera. Nada llamaba la atención de él. Iba al colegio y volvía a casa, estudiaba y veía la tele. Sin vida social, sin problemas familiares. Su padre era carpitnero y su madre trabajaba en la casa de una familia adinerada.

Y allí estaba él, en la celda dos dos cuatro. Daría cualquier cosa por volver doce años atrás. Si en vez de caer hasta el fondo, se hubiera levantado de aquel pasillo y hubiera denunciado a su mujer todo habría acabado. Nada de lo que había ocurrido en esos doce años estaría en su memoria. Le habían dado por el culo hasta abríselo. Le tuvieron que dar doce puntos. Después de eso se hizo la puta de un grandullón del ala C.

Nada más. Todo iba a acabar. Con un garfio colgado del techo hizo una polea. De un extremo colgó la cama con el borde más afilado hacia abajo y del otro estaba su mano. Se tumbó boca abajo con la frente en el suelo y soltó la cuerda. La cama calló con violencia sobre su cuello que se rompió bajo el somier. Todo había acabado.

1 comentario:

Alberto Fernández dijo...

Leí hace ya un tiempo un poema de Espronceda, ya entonces me sorprendió; ahora con tu relato, que también me ha dejado bastante asombrado, me acordé de él; aquí te lo dejo:

LA MUERTE

Débil mortal, no te asuste
mi oscuridad ni mi nombre;
en mi seno encuentra el hombre
un termino a su pesar.

Yo compasiva le ofrezco
lejos del mundo un asilo,
donde a mi sombra tranquilo
para siempre duerma en paz.

En mi la ciencia enmudece,
en mi concluye la duda,
y árida, clara y desnuda
enseño yo la verdad;

y de la vida y la muerte
al sabio muestro el arcano,
cuando al fin abre mi mano
la puerta a la eternidad.