lunes, noviembre 28, 2005

¡Oh, princesa! (II)

Está tumbada en la cama tapada con una manta de hilo, pesada. Sus ojos permanecen cerrados mientras se mueve sobre la cama. Sus manos viajan hasta los ojos y los abre. Parece sentir dolor de cabeza. No está atada.

Se levanta e intenta ubicarse. La habitación parece lujosa. Una cama doble colocada en el medio de una habitación, paredes blancas sin cuadros, un armario empotrado de doble puerta cerradas, un escritorio, una silla, dos puertas y una ventana. Se acerca la puerta que se encuentra en frente de la cama y la abre. Tras ella aparece un baño de tamaño similar al de la habitación. Hay una gran bañera donde fácilmente caben dos personas cómodamente. Un gran espejo frente a una cabina de masaje refleja la luz de grandes focos halógenos.

Recupera la conciencia por completo y nerviosamente se direge a la otra puerta. Gira el pomo y parece que cede pero la puerta no se abre. La llave está echada. Se acerca a la ventana y se da cuenta de que se trata de una falsa ventana, el cristal de la ventana se encuentra condenada por un tabique de ladrillos.

Los nervios empiezan a invadirla y con furia aporrea el cristal pero no se rompe. Se acerca al escritorio y coge la silla y con furia arremete contra el cristal nuevamente usando la silla como martillo. La ventana no sólo no se rompe sino que ni siquiera se agrieta. Los nervios se apoderan de su cuerpo, se acerca a la puerta y se pone a golpearla con pies y manos mientras grita.

- ¡Socorro! ¿¡Hay alguien ahí!? ¡Socorro! - comienzan a brotar lágrimas de sus ojos.- ¡Por favor! ¡Dios mío! ¡Por favor! ¡Estoy aquí!

Tras varios minutos de gritos cae al suelo exhausta por el esfuerzo. Solloza en el suelo. Se arrastra hasta la cama donde se tumba. Entre sollozos vuelve a quedarse dormida.

Han pasado dos horas y se despierta sobre la cama. El miedo sigue recorriendo su cuerpo. Se levanta de la cama y se dirige hacia el escritorio. Encima hay hojas de papel en blanco. El escritorio tiene tres cajones. El primero guarda bolígrafos de varios colores, un portaminas y una goma. El segundo contiene un libro ancho y grueso en un idioma que ella no puede entender. El tercer cajón no se puede abrir, una cerradura en el frontal hace pensar que está bloqueado.

Se levanta de la mesa y observa a su alrededor. Se acerca hasta el armario y...


viernes, noviembre 25, 2005

¡Oh, princesa!

Son las dos de la madrugada. Hace frío. "Diez minutos más y me voy". Apoyado en la pared del edificio con la planta del pie derecho sobre la pared. El hálito parece congelarse nada más salir de su boca. Los ojos están abiertos y, como radar, recorren la noche. Parece que haya desaparecido todo el mundo.

Cuando se dispone a marcharse a casa aparece un autobús repleto de gente. De él se bajan dos chiquillas de unos 19 años. "No deberían andar solas por las calles a estas horas", piensa él. Caminan un rato juntas y se separan en una bifurcación de calles. Él va tras la más delgada. "Es una niña preciosa".

Sin que ella se de cuenta la sigue durante unos minutos. Ella se da cuenta y se pone algo nerviosa pero se calma puesto que ve que las pintas de él no son sospechosas. Parece un currito que vuelve a casa después de tomarse una copas.

Las distancias se van acortando y a dos metros mete la mano en el bolsillo y saca un pañuelo y una pequeñísima botella con un líquido transparente. Moja el pañuelo con el líquido y se acerca a la chica y le toca el hombro. La chica se sobresalta, ahora sí está asustada.

- Tranquila, tranquila, preciosa, no te quiero hacer nada.
- ¿Qué quieres?
- Mira es que le he comprado un perfume a mi mujer y quiero que me digas qué te parece.
- ¿Estás loco tío?
- Ya sé que no es muy normal pero no veo a nadie en todo el día y la verdad me vendría muy bien tu opiníon.
- Voy a gritar.
- Hagamos una cosa. Tú me das tu opinión del perfume y luego me voy en la dirección totalmente contraria a la tuya y si ves que te sigo llamas a la policía gritas o lo que quieras. Toma.

Ella coge el pañuelo y lo huele. Al momento se desmaya. Él la intercepta antes de que caiga al suelo. Tiene carita de ángel. La mira con amor y lascivia a la vez.

Continuará...
From Oso to Bibiana.

sábado, noviembre 19, 2005

Moda: hombre VS mujer

Puesto que hoy es el derbi este tan famoso español yo voy a hablar de moda. La ropa de mujer es original, diferente a lo que se ha visto siempre y además está hecha para realzar la belleza femenina. Sin embargo, para nosotros lo más atrevido que podemos llevar es una camiseta de tirantes. ¿Por qué no hay camisetas con una sola manga? ¿Por qué nuestros pantalones son todos iguales? ¿Acaso no podemos llevar los chicos camisetas de manga corta con guantes y gorro?

Creo que ocurre algo parecido con el pelo y los peinados. Una mujer puede llevar el pelo asimétrico pero yo no puedo llevar el pelo levantado por un lado y liso por otro.

Alguien estará pensando: "tú puedes hacer lo que te de la gana". Lo sé, puedo hacer lo que me da la gana, pero tampoco me gusta ir por la calle y que todo el mundo me mire como a un bicho raro.

Yo por mi parte me pondré lo que me apetezca cuando me apetezca aunque la gente me mire, ya se acostumbrarán a ver cosas extrañas.

Por último, me gustaría plantear una pregunta, ¿qué es lo más atrevido y/o transgresor que os habéis puesto?

Mencion especial: Maika.

domingo, noviembre 13, 2005

Libertad del alma

Navegando por internet me he encontrado unos post it (estas pegatinas amarillas que tienen pegamento en una parte para colgarlos y que nos acordemos de ciertas cosas) que hablaban de cosas muy profundas. Palabras que hablaban de amor, cariño y amistad. Ciertamente palabras que salían de los más dentro del autor y realmente me han recordado a los tiempos en los que yo escribía palabras sinceras. Declarar el amor oculto a la persona amada, declarar la amistad a la persona apreciada. Aprovechar el mundo digital y los efectos del alcohol para liberar al alma de ciertos pesos que se llevan durante años, y que pesan, vaya que si pesan... Algún día yo haré lo mismo, mientras tanto mis más sinceras felicitaciones al escritor.

domingo, noviembre 06, 2005

El cruel destino

Quizá lleguen días mejores o quizá no. Aquella mañana todo el mundo caminaba por el pasillo con la mirada pegada al suelo. Los soldados hacían pasillo para que los presos pasaran de un ala al otro del recinto. La carcel, el trullo, el talego, el meco, la jaula. Había ciento veinticinco presos en el ala A de la prisión.

Había de todo: asesinos, violadores, maltratadores, ladrones a gran escala. Lo peor de cada casa. Eran tratados como verdadera escoria. Todos allí eran iguales; vestidos con el mismo traje, las mismas botas y el mismo corte de pelo. Su número de preso tatuado en la nuca para que jamás se les olvide lo que fueron y lo que son: pura mierda.

En el ala B de la prisión estaba Mariano. Mariano había ido a prisión por robar un banco empuñando una pistola. Entró en el banco con un pasamontañas en la cabeza y apuntanto al guarda de seguridad. Se acercó al mostrador y apuntó al cajero obligándole a abrir la caja fuerte. Como la caja era de apertura retardada tuvo que retener a todo el mundo dentro de la sucursal durante el tiempo que tardó en abrirse la caja. Cuando hubo recogido el dinero y se iba a ir la policía ya estaba fuera. La había cagado. Cogió a una niña que estaba tumbada en el suelo y la arrastró hasta la puerta. Se cubrió con ella para salir del banco. No había tiradores en las ventanas ni en las azoteas. Se acercó al coche y cuando entró se le disparó la pistola. La cabeza de la niña se vio atravesada por el acero. Se echó las manos a la acabeza y se quedó paralizado. Dos segundos después tenía encima a doce agentes dándole una gran paliza. Atracao a mano armada, secuestro y homicidio involuntario. Cadena perpetua. Su vida perdida por un mal día.

Había perdido el trabajo y tenía muchas deudas. Lo iban a desahuciar del piso. Un grupo de delincuentes traficantes de droga lo querían por una deuda de varios centenares de gramos de cocaína. Todo iba de mal en peor. Así que atracó el banco. No le salió como espraba.

Su mujer le había dejado varios meses antes y la cosa había degenerado. Se había llevado al su hija, que él tanto amaba. No sabía dónde. Habían desaparecido del mapa. Empezó a jugar, a drogarse y a beber. Tenía todos los vicio. Iba a pubs de alterne a follar con niñas de apenas quince años.

Con su mujer todo iba bien hasta poco después de caserse cuando ella empezó a cambiar, a comportarse de manera extraña. Nunca antes había fumado y al mes de casarse empezó a fumar; varias cajetillas al día. La casa apestaba a tabaco y la niña tenía problemas respiratorios. Nada más llegar a casa Mariano le decía que abriera todas las ventanas que no tenía porque aguantar el olor a tabaco, que cualquier día iba a salir ardiendo ella misma.

Uno de esos días ella entendió esa frase como una amenaza y le dio tal paliza que él quedó tirado en el suelo del pasillo sangrando de forma que casi muere.

La había conocido en una discoteca un día que salió de cena con la gente del trabajo. Ella estaba en un rincón bailando con un grupo de chicos y chicas y él se acercó a ella. Le preguntó si iba mucho por allí, si estudiaba o si trabajaba. Empezaron a hablar y pronto estaban en la calle en un portal follando como si fuera su último polvo. Aquella noche no sería la primera.

Mariano había sido un niño muy normal. Pasaba desapercibido allá donde fuera. Nada llamaba la atención de él. Iba al colegio y volvía a casa, estudiaba y veía la tele. Sin vida social, sin problemas familiares. Su padre era carpitnero y su madre trabajaba en la casa de una familia adinerada.

Y allí estaba él, en la celda dos dos cuatro. Daría cualquier cosa por volver doce años atrás. Si en vez de caer hasta el fondo, se hubiera levantado de aquel pasillo y hubiera denunciado a su mujer todo habría acabado. Nada de lo que había ocurrido en esos doce años estaría en su memoria. Le habían dado por el culo hasta abríselo. Le tuvieron que dar doce puntos. Después de eso se hizo la puta de un grandullón del ala C.

Nada más. Todo iba a acabar. Con un garfio colgado del techo hizo una polea. De un extremo colgó la cama con el borde más afilado hacia abajo y del otro estaba su mano. Se tumbó boca abajo con la frente en el suelo y soltó la cuerda. La cama calló con violencia sobre su cuello que se rompió bajo el somier. Todo había acabado.